La creciente tendencia de consultar a la IA como tarotista y consejera emocional genera debates sobre sus beneficios, peligros y el impacto en la salud mental. La tecnología ofrece respuestas convincentes, pero también plantea riesgos asociados a la dependencia y la privacidad.
En la actualidad, cada vez más personas recurren a la inteligencia artificial para obtener orientación en aspectos personales y espirituales. Ya no es necesario tirar las cartas o consultar a un tarotista humano: ahora, con unos clics, se puede acceder a chatbots y aplicaciones que ofrecen respuestas en base a datos procesados y algoritmos avanzados.
Esta tendencia refleja una transformación en cómo interactuamos con la tecnología, pero también abre un debate sobre los límites éticos y emocionales de su uso.
Históricamente, el tarot ha sido considerado una herramienta de intuición y espiritualidad, utilizada para reflexionar sobre el presente y el futuro.
Sin embargo, con el avance de la inteligencia artificial, estas prácticas tradicionales se ven digitalizadas y, en algunos casos, despersonalizadas. Plataformas como Tarotoo y Tarot Reader, disponibles en servicios de suscripción de chatbots, ofrecen interpretaciones que, aunque convincentes, carecen de la sensibilidad y empatía humanas.
La misma tendencia se observa en ámbitos como la terapia, con aplicaciones como Wysa y Woebot, que brindan apoyo psicológico mediante conversaciones automatizadas.
Pero, ¿qué tan responsables son estos instrumentos? La realidad es que, si bien pueden ser útiles para reflexionar o entretenerse, no poseen capacidad predictiva ni sustituyen el acompañamiento profesional.
Expertos en salud mental advierten que depender excesivamente de la IA para gestionar emociones o tomar decisiones importantes puede ser peligroso. La privacidad también se convierte en un tema sensible: muchas de estas aplicaciones registran las preguntas y datos de los usuarios, que luego pueden ser utilizados sin total transparencia.
Desde una perspectiva histórica, la humanidad siempre ha buscado herramientas para entender su destino y sus emociones. Desde los oráculos en la antigüedad hasta los médiums del siglo XIX, la tendencia ha sido confiar en instrumentos que prometen revelar lo desconocido.
La inteligencia artificial, en ese sentido, es la evolución moderna de esa búsqueda, pero con riesgos inéditos. La falta de regulación en muchas de estas plataformas aumenta la vulnerabilidad de los usuarios, quienes pueden creer que están interactuando con entidades que tienen poderes predictivos, cuando en realidad solo procesan datos y patrones.
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Sin embargo, especialistas advierten que estas relaciones pueden generar dependencia emocional y sustituir vínculos reales, afectando la salud mental.
Un ejemplo reciente es la historia de Ayrin, quien utilizó un chatbot llamado Leo para sobrellevar su duelo tras la pérdida de un ser querido. Aunque en un principio parecía una ayuda, con el tiempo quedó en evidencia que la tecnología entrenada solo simulaba empatía, sin reemplazar el apoyo humano genuino.
La comunidad científica y psicológica insiste en que acompañar a alguien en su proceso emocional requiere presencia, escucha activa y empatía real, cualidades que ninguna máquina puede replicar plenamente.
El avance de la IA en estos ámbitos plantea, por tanto, una serie de desafíos éticos y sociales. La regulación, la educación sobre el uso responsable y la conciencia de los límites tecnológicos son fundamentales para evitar que esta tendencia se convierta en una fuente de dependencia o confusión.
En conclusión, la inteligencia artificial puede ser una herramienta útil y entretenida si se usa con criterio, pero no debe reemplazar la interacción humana en temas delicados como la salud emocional y el duelo.
La historia muestra que, aunque las herramientas evolucionan, la necesidad de contacto y comprensión humana sigue siendo insustituible. Por eso, es importante reflexionar sobre cómo y cuándo confiamos en estas tecnologías, asegurando que su uso beneficie nuestra salud mental y nuestros vínculos sociales en lugar de dañarlos.