Un estudio reciente revela que quienes han tenido experiencias cercanas a la muerte tienden a reevaluar sus prioridades laborales, buscando mayor sentido y propósito en su vida profesional, aunque estos cambios también pueden ocurrir sin una experiencia tan extrema.

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Recientes investigaciones realizadas por la Universidad de Guelph en Canadá han puesto de manifiesto que las experiencias cercanas a la muerte pueden actuar como catalizadoras para que las personas reconsideren sus vidas y carreras.

Aunque no es necesario haber vivido una situación de riesgo vital, quienes atraviesan estos momentos tienden a replantearse sus prioridades, dando un giro a sus objetivos laborales en busca de mayor significado y propósito.

Un ejemplo célebre es el caso de Aysanabee, un músico-canadiense de origen Oji-Cree, quien a los 19 años tuvo un percance near-death cuando cayó a un lago helado mientras trabajaba en una mina en el norte de Ontario.

La experiencia vivida en esas circunstancias fue tan intensa que le hizo reflexionar profundamente sobre su vida. A partir de ese momento, decidió apostar por su pasión, y en solo tres meses viajó a Toronto para dedicarse de lleno a la música, logrando reconocimiento internacional y premios como los Juno de 2024.

Sin embargo, investigaciones recientes sugieren que estos cambios en la percepción y el comportamiento laboral no son exclusivos de quienes enfrentan situaciones extremas.

El estudio liderado por el profesor Jamie Gruman analizó la historia de 14 personas que pasaron por experiencias cercanas a la muerte y encontró que, en general, estas vivencias provocan una transformación interna donde valores como la espiritualidad, la igualdad y la finalidad de la vida ganan protagonismo.

Según los resultados publicados en el Journal of Management, Spirituality and Religion, tras estos sucesos, los individuos tienden a valorar menos el dinero y las posesiones materiales y, en cambio, se interesan más por trabajos que les permitan desarrollarse y mantener relaciones significativas.

Muchos de ellos optaron por cambiar de empleo o incluso de carrera, buscando mayor alineación con sus valores personales.

Un ejemplo de estos cambios es el de una profesora que, tras su experiencia cercana a la muerte, decidió enfocar su enseñanza no solo en contenidos académicos, sino en valores humanos y bienestar emocional, convirtiéndose en una guía para sus estudiantes en aspectos más profundos de la vida.

Este fenómeno ha despertado interés no solo en el ámbito académico sino también en el mundo laboral. Expertos en desarrollo profesional señalan que, aunque no todos podemos vivir una experiencia extrema, podemos aprender a escuchar a nuestro instinto y cuestionarnos acerca de qué nos hace sentir realizados.

Stephanie Koonar, coach de carrera en Vancouver, recomienda aplicar la filosofía del ikigai, un concepto japonés que plantea la búsqueda de la vocación a partir de cuatro preguntas: qué amamos, en qué somos buenos, qué necesita el mundo y por qué podemos ser remunerados.

Ella explica que muchas personas pueden encontrar su propósito sin cambiar radicalmente de trabajo, sino ajustando su enfoque y buscando organizaciones que compartan sus valores.

Pero más allá del dinero o del éxito externo, la clave parece residir en encontrar sentido en la labor diaria. La felicidad en el trabajo puede ser efímera, pero el sentido perdura. Como afirma Gruman, revisar nuestras metas profesionales para alinearlas con lo que realmente valoramos puede ayudarnos a tener una vida más plena.

En definitiva, la reflexión que dejan estas investigaciones es que, en última instancia, lo que valoremos y el impacto que generemos en nuestro entorno determinarán si nuestra vida profesional fue verdaderamente significativa, especialmente cuando lleguemos al final de nuestro ciclo vital, pudiendo decir con satisfacción: hice una diferencia.