La globalización ha traído consigo un aumento en la calidad de vida, incluyendo mejoras notables en las tasas de mortalidad infantil y expectativa de vida. Sin embargo, también representa riesgos de uniformización cultural. Mongolia es un ejemplo de un lugar que ha resistido a dichos cambios.

La globalización ha traído consigo innumerables regalos, entre los que destaca el notable aumento en los estándares de vida.

En los últimos 50 años, ciertos indicadores de desarrollo han experimentado mejoras significativas.

Por ejemplo, las tasas de mortalidad infantil han disminuido acentuadamente, la expectativa de vida ha aumentado en décadas y las tasas de analfabetismo entre los adultos se han reducido en un 30% en países como China, Corea del Sur e India, por mencionar algunos.

Hablando de Mongolia, un país característicamente singular, su población de aproximadamente 3 millones de habitantes se reparte en aproximadamente 1,6 millones de kilómetros cuadrados, lo que lo convierte en el país más escasamente poblado en el planeta.

Su inmenso territorio abarca las verdes llanuras de Siberia en el norte hasta el desértico y estéril Desierto de Gobi en el sur, donde el paisaje se encuentra salpicado de gers, la palabra mongola para las yurtas.

A pesar de los beneficios generales de la globalización, Mongolia ha resistido en gran medida un cambio homogeneizador.

Dos tercios de la población mongola no tienen acceso a agua corriente en sus hogares, pero algunos aún prefieren el estilo de vida nómada de sus antecesores porque les permite estar más cerca de la naturaleza.

En comparación con otros lugares, la ausencia de occidentalización es patente en Mongolia.

Por ejemplo, no hay ninguna sucursal de McDonald's o Starbucks.

La única comparación directa en términos de falta de influencia occidental sería Irán, que ha estado bajo sanciones estadounidenses paralizantes durante gran parte de las últimas cuatro décadas.

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