Descubre cómo un Pontiac de 1963 se convirtió en un aliado inesperado en el desarrollo del transbordador espacial de la NASA.

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En un giro inesperado digno de una película de acción, la NASA se volvió hacia el mundo de los automóviles de alto rendimiento para resolver un desafío que sus mejores científicos no podían abordar.

El año era 1963 y la agencia espacial estaba inmersa en la investigación de un concepto aerodinámico que daría forma al futuro de los vuelos espaciales tripulados.

La idea de un vehículo reutilizable que pudiera aterrizar de manera autónoma en una pista, en lugar de depender de la recuperación de cápsulas en el océano, era un sueño que había generado una intensa investigación.

La NASA buscaba reducir la exposición de superficies críticas, como alas y alerones, a las extremas condiciones de reentrada atmosférica. En este contexto, la noción de un "cuerpo elevador" comenzó a ganar protagonismo. Este enfoque, que eliminaba las alas tradicionales a favor de un diseño en el que el propio fuselaje generaba sustentación, había sido considerado desde la década de 1950, pero fue en los años 60 cuando se intensificaron las investigaciones.

Para probar un cuerpo elevador, NASA necesitaba un vehículo que pudiera volar sin motor. Esto significaba que el costo y los riesgos de lanzar cohetes desde aviones ya en vuelo eran inaceptables. En su lugar, los ingenieros decidieron realizar pruebas de remolque, utilizando un vehículo que pudiera alcanzar velocidades superiores a 160 km/h. Así, surgió la idea de utilizar un Pontiac Catalina convertible de 1963, que contaba con un motor V8 de 421 pulgadas cúbicas y un rendimiento de 410 caballos de fuerza.

Este muscle car fue modificado por expertos de la industria del automóvil para adaptarse a las exigencias de la NASA.

Los trabajos de personalización fueron realizados por renombrados constructores de automóviles, quienes optimizaron el Catalina para alcanzar una velocidad máxima de 225 km/h y mejorar su estabilidad a altas velocidades.

Así, el Pontiac se convirtió en el vehículo ideal para remolcar el MF-21, un planeador que sería sometido a múltiples pruebas.

El Catalina, con su distintivo diseño, comenzó a realizar pruebas en el desierto. Mientras un conductor operaba el vehículo, un investigador observaba el rendimiento del planeador desde un asiento trasero adaptado. Las pruebas se llevaban a cabo a velocidades que superaban los 160 km/h, mientras el MF-21 se elevaba a aproximadamente 6 metros del suelo.

A pesar de la naturaleza arriesgada de las pruebas, el programa fue un éxito. El prototipo MF-21 realizó más de 48 vuelos de remolque sin incidentes, proporcionando una valiosa cantidad de datos que guiarían el diseño del futuro transbordador espacial.

Tras finalizar el programa, el Pontiac Catalina continuó su vida en la NASA, participando en más pruebas antes de ser retirado y eventualmente exhibido en el Museo de Vuelo de la Base de la Fuerza Aérea Edwards.

El vínculo entre la NASA y este automóvil emblemático no solo es un testimonio de la innovación, sino también una curiosidad histórica que destaca la importancia de la colaboración entre diferentes campos en la búsqueda del conocimiento y la exploración espacial.