Este miércoles comienza en la Santa Sede un cónclave que decidirá al sucesor de Francisco, en una tradición que se remonta a siglos y que combina ritos ancestrales con protocolos modernos.

Este miércoles 7 de mayo, 133 cardenales de la Iglesia Católica se encerrarán en la Capilla Sixtina, ubicada en la Ciudad del Vaticano, para iniciar el proceso de elección del próximo papa tras el fallecimiento de Francisco el pasado 21 de abril.

Este evento, conocido como cónclave, es uno de los ritos más ancestrales y simbólicos de la Iglesia, con raíces que se remontan a varios siglos atrás, y que combina tradiciones religiosas con procedimientos administrativos.

El papa, líder espiritual de aproximadamente 1.400 millones de católicos en todo el mundo, no es simplemente una figura de autoridad, sino que su elección es el resultado de un elaborado proceso de deliberación y votación entre los cardenales.

La historia de esta institución revela que, en sus orígenes, la elección papal era un asunto mucho más abierto y participativo, donde toda la comunidad local podía influir en la designación.

Sin embargo, a lo largo de los siglos, la práctica fue evolucionando hacia un sistema cerrado y secreto, diseñado para evitar influencias externas y conflictos políticos.

El término 'cónclave' proviene del latín 'cum clave', que significa 'bajo llave', reflejando la naturaleza hermética de las reuniones en las que los cardenales deliberan y votan para escoger al nuevo pontífice.

La historia del cónclave ha estado marcada por cambios y reformas, especialmente en el contexto de la historia europea, donde las luchas de poder entre reyes, emperadores y la Iglesia a menudo influían en el proceso de selección.

Por ejemplo, en 1059, el papa Nicolás II instituyó que solo los cardenales pudieran votar, un cambio que buscaba reducir la influencia de poderes externos.

Posteriormente, en 1274, Gregorio X formalizó el sistema de reglas en la constitución 'Ubi Periculum', estableciendo un período de deliberación que culminaba en la elección.

La historia registra que uno de los cónclaves más largos ocurrió en Viterbo, en el siglo XIII, donde 18 cardenales estuvieron encerrados durante casi tres años, en una negociación que finalmente llevó a la elección de Inocencio V en 1276.

Desde entonces, el ritual del cónclave ha ido perfeccionándose. La tradición del secretismo se fortaleció en 1904, cuando el papa Pío X prohibió revelar detalles internos del proceso. La elección en la Capilla Sixtina, en particular, se ha convertido en un símbolo del proceso, y fue en 1492 cuando se celebró el primer cónclave en ese lugar, con la elección del papa Alejandro VI Borgia.

Desde entonces, este espacio ha sido escenario de 25 cónclaves, con la elección de papas como Juan Pablo II, que reafirmó la tradición en 1996.

La capilla está decorada con frescos de renombrados artistas del Renacimiento, incluyendo a Miguel Ángel, quien pintó el famoso Juicio Final en su bóveda.

Para los cardenales, esta atmósfera inspiradora busca favorecer una elección que refleje la voluntad divina. La elección del nuevo papa se realiza mediante votaciones secretas, en las que los cardenales colocan sus votos en urnas especiales, que luego son contadas.

La tradición también incluye la señal del humo: si la votación resulta en una mayoría, se quema el papeleo con productos químicos que producen humo blanco, anunciando al mundo que hay un nuevo papa.

Si no, se quema con otros productos que generan humo negro, indicando que aún no se ha logrado consenso.

Este ritual, que tiene sus primeros registros en 1823 en el Palacio del Quirinal, en Roma, se ha convertido en un símbolo de transparencia y esperanza para los católicos.

La primera vez que se utilizó humo blanco para anunciar la elección fue en 1914, tras la elección de Benedicto XV. Ahora, con la tradición vigente, millones de fieles en todo el mundo seguirán atentos al humo que saldrá desde la Capilla Sixtina, esperando la histórica proclamación del nuevo pontífice, que guiará a la Iglesia y a sus seguidores en los años venideros.

La elección de un nuevo papa en estos tiempos no solo es un acto religioso, sino también un evento que refleja la historia, la cultura y las complejidades políticas que rodean a la Santa Sede, en un proceso que combina fe y tradición secular en un acto de profunda simbolización.