Una monja de 81 años desafió las normas oficiales para rendir homenaje en silencio a Francisco, mostrando su compromiso con los más desfavorecidos en los momentos finales del pontífice.
Mientras los cardenales y obispos despedían al Papa Francisco uno tras otro, una figura inesperada irrumpió en el protocolo oficial para rendir su último homenaje.
Se trataba de sor Geneviève Jeanningros, una monja de 81 años de la congregación de las Hermanitas de Jesús, quien decidió saltarse las formalidades para acercarse discretamente al féretro y rezar en silencio durante varios minutos.
La religiosa, con una mochila a la espalda y con un gesto de profunda emotividad, se colocó en un lado de la zona reservada y allí permaneció, sin que nadie le indicara que no podía hacerlo.
Este acto de valentía se produjo en un contexto en el que la ceremonia oficial buscaba mantener la solemnidad y el orden protocolar, pero la historia de sor Geneviève refleja también la dimensión humanitaria y cercana de su fe.
La monja, cercana al Papa desde hace más de medio siglo, ha sido conocida por su compromiso con las personas más vulnerables, especialmente las mujeres transexuales y los feriantes de Ostia, en la periferia de Roma.
A lo largo de los años, ha dedicado gran parte de su vida a acompañar y apoyar a estos colectivos, muchas veces en un entorno social que los margina y estigmatiza.
Desde hace 56 años, la monja ha llevado a grupos de transexuales a las audiencias generales del Papa, promoviendo la inclusión y el respeto hacia quienes viven en la diversidad de género.
Muchas de estas personas ejercen trabajos precarios, como la prostitución en zonas degradadas de Ostia, una localidad costera del Lacio que ha sido escenario de exclusión social durante décadas.
La cercanía de sor Geneviève con estos colectivos le ha valido el apodo de la 'enfant terrible' de la comunidad eclesiástica, por su actitud desafiante pero profundamente humana.
Durante la pandemia del COVID-19, la religiosa participó activamente en iniciativas solidarias. Junto con el párroco de la Iglesia de la Santísima Virgen Inmaculada en Torvaianica, don Andrea Conocchia, acudió al cardenal Konrad Krajewski, limosnero del Vaticano, para solicitar ayuda para las ferias y las comunidades trans que allí trabajan.
La crisis sanitaria agravó la situación de estas personas, muchas de las cuales, en su mayoría sudamericanas, se quedaron sin oportunidades laborales y sin recursos.
En una de esas visitas, sor Geneviève acompañó a Claudia, Marcella y otras transexuales para que pudieran asistir a una audiencia con el Papa. La historia de una de ellas, que fue asesinada poco después de conocerse con Francisco, refleja las dificultades y los riesgos que enfrentan estos colectivos.
La monja lleva en su memoria la fotografía que el Papa tomó con ellas, y en ella, la imagen de un acto de fe y esperanza en medio de la adversidad.
Su compromiso fue tal que, en 2024, logró que el Papa visitara el parque de atracciones de Ostia para encontrarse con los feriantes y sus familias, en un gesto que rompió con las rutinas habituales y mostró una vez más la cercanía del pontífice con las comunidades marginadas.
La historia de sor Geneviève, por tanto, no solo es un acto de devoción, sino también un ejemplo de cómo la fe puede ser una fuerza transformadora y de resistencia frente a las injusticias sociales.
Este acto de desobediencia silenciosa en un momento tan simbólico refleja también una historia de compromiso y amor hacia los más vulnerables, un legado que seguramente seguirá inspirando a muchos en la Iglesia y más allá.
La valentía de esta monja de 81 años demuestra que, a veces, el verdadero valor está en romper los protocolos para dar voz y presencia a quienes más lo necesitan en los momentos cruciales.