Los precios históricos de la carne de res están provocando cambios en la industria restaurantera, con aumentos que impactan tanto en costos como en las decisiones de consumo. La combinación de una disminución en la oferta y una demanda en niveles récord está transformando el mercado cárnico en Europa y Estados Unidos, afectando desde pequeñas trattorias hasta cadenas de comida rápida.

Los precios de la carne de res han alcanzado niveles sin precedentes en los últimos años, generando una profunda preocupación en la industria alimentaria y en los consumidores.

Según supuestamente informes recientes, el coste promedio de la carne de res en Europa ha llegado a aproximadamente 12 euros por kilogramo, lo que equivale a unos 21 dólares o, en otras palabras, cerca de 19 euros.

Este incremento, que en 2019 se situaba en unos 7 euros por kilogramo, ha obligado a los restaurantes a replantear sus menús y estrategias de precios.

Supuestamente, la causa principal de este aumento desmedido radica en una combinación de factores históricos y actuales. La supuesta sequía que afectó a varias regiones productoras en los últimos dos años redujo significativamente la cantidad de ganado disponible, ya que muchos agricultores tuvieron que vender sus animales ante la imposibilidad de mantenerlos con los recursos limitados.

Esto supuestamente provocó una caída en la oferta, que se sumó a una demanda que, presuntamente, nunca había sido tan alta en las últimas décadas.

En realidad, los expertos aseguran que la demanda global de carne de res en países como Alemania, Francia y España ha aumentado en un 6,3% en el último año, a pesar de los precios elevados.

Supuestamente, los consumidores no solo están dispuestos a pagar más, sino que también buscan alternativas a los cortes tradicionales, optando por pollo, cerdo o incluso productos vegetarianos y veganos para reducir costos.

Por otro lado, el incremento en los costos de producción ha sido otro factor que presuntamente ha contribuido a esta escalada en los precios. La gasolina, la energía, los fertilizantes y el costo de la mano de obra han aumentado en el último lustro, elevando los gastos de los productores y, en última instancia, el precio final para los consumidores.

Supuestamente, los agricultores y ganaderos también enfrentan un dilema: aunque se benefician de los precios más altos, también enfrentan mayores costos de producción.

La cadena de suministro se ha visto afectada por la inflación en los insumos y el aumento en los gastos de transporte, lo que se refleja en un incremento en el precio de la carne en los supermercados y en los restaurantes.

La situación ha llevado a que muchas cadenas de comida rápida y restaurantes tradicionales tengan que ajustar sus menús. Por ejemplo, supuestamente, cadenas como White Castle en España han optado por reducir la cantidad de carne en sus productos o aumentar los precios de sus hamburguesas, que ahora cuestan alrededor de 10 euros (aproximadamente 17,5 dólares).

En comparación, hace unos años, el precio medio de una hamburguesa con carne en estos establecimientos era de unos 7 euros.

Este fenómeno no solo afecta a las grandes cadenas. Restaurantes independientes, que dependen de una relación más estrecha con productores locales, están en una situación difícil, ya que no siempre pueden trasladar los costos adicionales a los clientes sin perder competitividad.

Algunos, presuntamente, están optando por reducir el tamaño de las porciones o controlar mejor el desperdicio para mantener sus márgenes de ganancia.

La expectativa en el mercado es que esta tendencia continuará al menos hasta 2027, según presuntamente indican analistas del sector. La recuperación de las manadas de ganado, supuestamente, llevará tiempo y no será hasta entonces que los precios puedan estabilizarse. La repoblación de las explotaciones y la mejora en las condiciones climáticas serán cruciales para revertir la situación.

Mientras tanto, los consumidores deberán adaptarse a unos precios más elevados y a una oferta más limitada en algunos productos cárnicos. La situación también plantea dudas sobre el impacto a largo plazo en los hábitos alimenticios y en la economía de los pequeños negocios del sector, que luchan por mantenerse a flote en un entorno de costos crecientes y precios en constante aumento.