Los satélites de Starlink de SpaceX están comprometidos en la investigación astronómica debido a su brillo y la interferencia en las frecuencias de radio.

En los últimos años, el cielo nocturno ha comenzado a ser objeto de preocupación para los astrónomos, principalmente por la proliferación de satélites de la megaconstelación Starlink, lanzadas por la compañía SpaceX. Desde 2019, cuando la compañía lanzó su primer grupo de 60 satélites, el número de estos se ha multiplicado rápidamente, complicando el trabajo de los científicos y erosionando el acceso a un cielo estrellado para el público.

La situación ha alcanzado niveles preocupantes, a tal punto que se ha creado el Centro para la Protección del Cielo Oscuro y Silencioso, que busca mitigar la interferencia que estos satélites producen en investigaciones astronómicas.

A pesar de que SpaceX se comprometió a trabajar con la comunidad científica para abordar estos problemas, los avances han sido lentos y frustrantes.

En 2020, la COO de SpaceX, Gwynne Shotwell, aseguró que se tomarían medidas para resolver las inquietudes de los astrónomos, pero los efectos de sus satélites continúan afectando la calidad de las observaciones astronómicas.

El problema radica en que las trayectorias de los satélites Starlink interrumpen las imágenes tomadas por telescopios ópticos, mientras que su radiación provoca ruido en los radiotelescopios, que están diseñados para captar frecuencias de radio específicas.

Esto ha sido descrito por el astrónomo Aaron Boley de la Universidad de Columbia Británica, quien señaló que el principal debate es sobre cuánto de esta infraestructura es necesaria en órbita y cómo afectará el medio ambiente a largo plazo.

Desde el lanzamiento del primer satélite artificial, Sputnik 1, en 1957, el panorama de los cielos ha cambiado drásticamente.

Si bien en 1958 solo se lanzaron ocho satélites, para 2023 ya hay más de 2,600 en órbita.

SpaceX posee más de la mitad de estos satélites y planea expandir su megaconstelación a aproximadamente 42,000 unidades.

Esto genera nombradas preocupaciones sobre el efecto Kessler, que se refiere a la posibilidad de que una colisión entre satélites desate una cadena de colisiones, lo que afectaría en gran medida a las comunidades que dependen de la tecnología satelital para servicios como la predicción climática y el GPS.

Las alternativas para mitigar el impacto son escasas.

SpaceX ha realizado intentos para reducir la visibilidad de sus satélites, como cambiar los recubrimientos para disminuir el brillo, sin embargo, estas soluciones han sido insuficientes.

Las imágenes de largas exposiciones en el espacio han mostrado claramente los rastros de los satélites, complicando más los esfuerzos de investigación.

Un nuevo desarrollo ha surgido cuando SpaceX anunció en agosto una colaboración que promete ayudar a los astrónomos de radio al desviar las emisiones radiales, pero a pesar de esto, el problema de radiación electromagnética de baja frecuencia aún persiste.

Esto es particularmente preocupante ya que estas emisiones interfieren con la capacidad de los telescopios para realizar observaciones precisas.

El astronomo Victoria Kaspi, de la Universidad McGill, expresó su pesimismo sobre el futuro del cielo nocturno frente a esta industria multimillonaria.

A medida que más y más empresas planean lanzar constelaciones de satélites, el futuro de la astronomía se ve comprometido, cuestionando cómo se articulará un equilibrio entre la innovación tecnológica y la preservación de nuestro entorno natural.

La argumentación se centra en la importancia de la conciencia pública en la reducción de la contaminación luminosa y radiofrecuencia, cuestiones que no suelen ser prioritarias en la agenda pública, pero que son vitales para nuestra comprension del universo.