La reciente iniciativa del gobierno de EE. UU. para impulsar la minería en los fondos oceánicos genera preocupación entre expertos sobre posibles daños ecológicos y la incertidumbre tecnológica. La búsqueda de minerales críticos como níquel, cobalto y manganeso en las profundidades del océano plantea desafíos ambientales y económicos aún sin resolver.

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En un contexto donde la demanda global de minerales críticos para tecnologías sustentables, como vehículos eléctricos y energías renovables, sigue en aumento, Estados Unidos ha tomado una medida significativa al emitir una orden ejecutiva para acelerar la exploración y explotación de recursos en las profundidades marítimas.

Esta iniciativa, firmada el 24 de abril de 2025, bajo el nombre de 'Liberando los Recursos Oceánicos Críticos de EE. UU.', busca facilitar permisos y promover inversiones en tecnología para extraer minerales como níquel, cobalto y manganeso de los nódulos metálicos que se encuentran en el lecho marino.

El objetivo principal es reducir la dependencia de mercados exteriores, especialmente de China, que controla muchas de las fuentes mundiales de estos recursos, particularmente en minas de Indonesia y África.

Sin embargo, esta estrategia ha generado debates acalorados entre científicos, ambientalistas y empresarios mineros, que alertan sobre los posibles daños irreversibles que podría causar la minería en un ambiente aún sin explorar en detalle.

Nadia Mykytczuk, directora ejecutiva de la Escuela de Minas Goodman en la Universidad Laurentian de Sudbury, es una de las voces más críticas. Ella enfatiza que la tecnología para la minería en las profundidades marinas aún no está suficientemente probada en condiciones comerciales y que el impacto ambiental podría ser catastrófico.

"Debemos recordar que estamos en etapas iniciales y que todavía no sabemos qué tecnologías utilizaremos ni los efectos a largo plazo de su aplicación.

La minería en el fondo del mar podría afectar gravemente los ecosistemas marinos, muchas veces de forma irreversible", advirtió.

Uno de los principales riesgos, según los expertos, es la posible destrucción de hábitats únicos en el fondo oceánico, donde especies que aún desconocemos podrían verse amenazadas.

Además, investigaciones recientes sugieren que la minería en estos entornos podría producir oxígeno en niveles elevadísimos, alterando la dinámica natural de los ecosistemas marinos.

La extracción de los nódulos puede requerir maquinaria que opere a profundidades de hasta 4.000 metros, mucho más allá de los 2.000 metros de profundidad de la mina más profunda en Sudbury, Canadá.

Por otro lado, los defensores de la minería oceánica argumentan que estos minerales son esenciales para sostener las futuras tecnologías verdes y que la exploración terrestre debería agotarse antes de recurrir a fondos marinos.

Sin embargo, la falta de experiencia a escala comercial genera incertidumbre sobre los costos y la viabilidad de estos proyectos. Las pruebas piloto realizadas hasta ahora no han logrado establecer una operatividad rentable o sostenible.

El Gobierno estadounidense ha justificado esta medida como parte de una estrategia para asegurar un suministro estable de recursos críticos, pero también ha sido objeto de críticas internacionales.

China y otros países argumentan que estas actividades podrían violar leyes internacionales si se realizan en aguas en disputa o en zonas que aún no están claramente reguladas.

En el panorama histórico, la humanidad ha recurrido a la extracción de recursos en zonas remotas y peligrosas a lo largo de los siglos, desde las exploraciones de los mares en busca de nuevos territorios hasta la extracción de minerales en lugares inhóspitos.

Sin embargo, la diferencia radica en el desconocimiento de los efectos a largo plazo y en la posibilidad de desatar una carrera de explotación sin control adecuado.

A medida que el planeta enfrenta cambios climáticos y la necesidad imperante de recursos sostenibles, la discusión sobre la minería en las profundidades marinas se intensifica.

La comunidad científica y ambiental pide precaución y un análisis exhaustivo antes de avanzar en una actividad que podría marcar un antes y un después en la salud de los océanos y la biodiversidad global.