Un análisis sobre la experiencia de la votación por correo en Australia, comparando el sentimiento de aislamiento de las últimas elecciones con la participación social en votaciones pasadas.
El proceso de votar por correo se ha convertido en una experiencia fría y distante para muchos australianos, y la reflexión sobre este asunto es cada vez más relevante en la actualidad.
El mes pasado, al seleccionar a los candidatos municipales a partir de una lista impersonal en casa, llenando una papeleta en la mesa de la cocina y entregándola casi sin ceremonia en el correo, la sensación de desolación fue abrumadora.
Esta situación no era nueva, ya que en 2020, debido a la pandemia del virus, se instauraron medidas de confinamiento que obligaron a muchos a votar por correo, convirtiendo la participación electoral en un acto remoto.
En Australia, las jornadas electorales suelen ser momentos de alegría y camaradería, con tradiciones como los "sándwiches democráticos" y los puestos de comida que se instalan en colegios y ayuntamientos.
Sin embargo, en el contexto actual, donde las elecciones locales se realizaron exclusivamente por correo, estas actividades se sintieron ausentes.
No hubo reuniones festivas ni conversaciones amenas con los vecinos, tampoco la oportunidad de observar a los candidatos nerviosos y disfrutar del placer secreto de no elegir a algunos de ellos a pesar de sus intentos de agradar.
Desde 1972, cuando voté por primera vez en las elecciones federales, siempre he encontrado satisfacción en participar en el proceso democrático.
Recuerdo con claridad mi primer voto; decidí colocar a Malcolm Fraser en el último lugar de la papeleta para la circunscripción de Wannon, en el suroeste de Victoria.
No era que tuviera una aversión personal hacia él, ni que sintiera cercanía con los otros candidatos que, sinceramente, no recuerdo.
Curiosamente, unos meses antes de esa elección, Fraser me envió una tarjeta por mi 21 cumpleaños, un gesto que seguramente realizó con todos los jóvenes de su circunscripción.
Esta experiencia refleja cómo la votación se convierte en un evento social que trasciende el mero acto de elegir a un representante.
En la actualidad, ese vibrante tejido social se ha visto debilitado por la transición hacia un sistema de votación en remoto, donde las conexiones humanas se pierden.
Al observar las elecciones municipales recientes, intensamente marcadas por la soledad del correo, surge la pregunta: ¿hemos sacrificado algo esencial de nuestra democracia?
Es fundamental recordar que, a lo largo de la historia de Australia, la participación ciudadana ha sido el pilar de nuestra democracia.
Desde las primeras elecciones en 1901, la votación ha evolucionado, pero ha mantenido su carácter comunitario.
La ausencia de interacciones sociales y esa chispa de vida que caracterizan a las jornadas electorales, puede llevar a que las personas se sientan desconectadas del proceso democrático.
Este distanciamiento podría desincentivar la participación en futuros comicios.
En conclusión, aunque la votación por correo puede ser necesaria en ciertas circunstancias, es vital buscar formas de restaurar el sentido de comunidad y pertenencia en nuestro sistema electoral, para asegurar que la democracia australiana no pierda su esencia.