El escándalo de abusos sexuales dentro de la Iglesia de Inglaterra ha llevado a la renuncia del arzobispo de Cantórbery y ha destapado un oscuro capítulo en la relación entre algunos clérigos y el abogado John Smyth.

La Iglesia de Inglaterra ha sido sacudida por un oscuro escándalo relacionado con el abogado John Smyth, conocido por sus prácticas sadomasoquistas.

Recientemente, el arzobispo de Cantórbery presentó su renuncia debido a su incapacidad para denunciar las atrocidades cometidas por Smyth, y se espera que otros altos clérigos sigan su ejemplo, debilitando aún más la credibilidad de la institución.

Este caso ha puesto en el punto de mira la figura de Mary Whitehouse, quien fue elogiada por algunos sectores evangélicos por sus ataques a la homosexualidad.

Whitehouse trajo a Smyth a Australia en 1984 para que compartiera su interpretación del “Cristianismo muscular”, que en última instancia encubría su comportamiento abusivo.

Aunque Smyth no era sacerdote y, por tanto, no podía ser despojado de su título clerical, el legado de su perversión ha dejado una sombra que persigue a la Iglesia.

Se sabe que Smyth emigró a Australia con el pleno conocimiento de los oficiales de la iglesia, donde continuó operando sin miedo a las consecuencias.

El modus operandi de Smyth era horripilante.

Se infiltraba en prestigiosos colegios privados, como el Winchester College, seleccionando a jóvenes a los que atraía a un cobertizo en su jardín.

Allí, les obligaba a confesar pecados como la masturbación y luego los agredía gravemente.

Este terror psicológico y físico dejó a muchos de estos jóvenes marcados de por vida, afectando sus vidas de maneras que ni siquiera pueden ser imaginadas.

En 1977, durante el tiempo en que defendía a la revista Gay News, y nuevamente en 1984, mientras Mary Whitehouse intentaba censurar una obra en el National Theatre, compartí sala con Smyth.

Sus constantes ataques y desprecio hacia la homosexualidad resonaban entre determinados grupos dentro de la iglesia y muchos jueces de esa época.

A pesar de que la homosexualidad había sido despenalizada, Smyth y sus partidarios seguían considerando inaceptable dicha orientación sexual.

Utilizó leyes de blasfemia, obsoletas desde hacía medio siglo, para condenar a un editor por publicar un poema que sugirió que las personas homosexuales podían alcanzar el cielo.

Su estilo de juicio estaba impregnado de odio y violencia, en contraste involuntario con las atrocidades que él mismo perpetraba.

Su carrera como abogado fue muy exitoso, y su nombramiento como Consejero de la Reina le otorgó un estatus que lo protegía, permitiéndole seleccionar a sus víctimas sin restricciones en ciertos círculos.

Para 1982, sus crímenes comenzaron a ser documentados y reportados a líderes evangélicos, lo que no impidió que continuara sus ataques contra la homosexualidad, incluyendo una notoria campaña contra la obra The Romans in Britain en el National Theatre.

Todo esto ha dejado una marca indeleble en la reputación de la Iglesia de Inglaterra, que ahora enfrenta una crisis de confianza con sus fieles y el público en general.

Este escándalo no solo pone de relieve las fallas dentro de la iglesia, sino que también invita a una crítica más profunda sobre la forma en que las instituciones manejan el abuso y la justicia.