Con la elección presidencial a la vuelta de la esquina, las dudas sobre la legitimidad del proceso electoral en EE. UU. se intensifican, principalmente impulsadas por Donald Trump y sus seguidores.

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A medida que se acerca rápidamente la elección presidencial en Estados Unidos, la tensión política se ha apoderado del ambiente, especialmente entre los votantes de los estados decisivos.

Recientemente, he regresado tras visitar tres de estos estados esenciales: Nevada, Arizona y Pensilvania, donde la atmósfera refleja un panorama electoral extremadamente ajustado.

A tan solo cuatro semanas de la votación, el resultado parece incierto, y cualquier candidato puede verse derrotado.

Uno de los aspectos más llamativos que observé durante mis viajes fue la persistente creencia que tiene una parte significativa de la población estadounidense en que la elección de 2020 le fue “robada” a Trump.

A pesar de que existe evidencia clara que contradice esta afirmación, muchos continúan sosteniendo que hubo irregularidades.

Esta percepción parece estar alimentada por la continua retórica de Trump y sus allegados, quienes están sembrando sospechas sobre la legitimidad del proceso electorales de este año.

Durante un mitin reciente, Trump advirtió a sus partidarios: "Ellos van a hacer trampa.

Es la única forma en que pueden ganar, y no podemos permitir que eso suceda.

No podemos permitir que vuelva a suceder o estaremos perdidos como nación." Estas declaraciones no son casuales y reflejan una estrategia por parte de Trump para desafiar la credibilidad de los resultados en caso de no ser favorecido en las urnas.

Es importante recordar que casi cuatro años después de sus intentos fallidos de revertir la victoria del presidente Joe Biden mediante una serie de demandas en diversos estados, el Comité Nacional Republicano se encuentra actualmente inmerso en más de 120 litigios en 26 estados.


Aunque sus defensores argumentan que esta campaña legal garantizará que las elecciones sean justas y libres, los críticos sostienen que el verdadero objetivo es crear un pretexto para más impugnaciones en caso de una nueva derrota de Trump, además de complicar el proceso de votación para muchos electores.

En el contexto de la política estadounidense, el escepticismo y la desconfianza han ido en aumento, especialmente en un sistema que ya es volátil por naturaleza.

Históricamente, esta situación de tensiones electorales no es nueva.

En el año 2000, la elección entre George W. Bush y Al Gore estuvo marcada por disputas legales y dudas sobre la legitimidad del sistema electoral, una atmósfera que resuena con las circunstancias actuales.

La deslegitimación del voto y las repetidas afirmaciones de fraude crean un ciclo preocupante que podría afectar no solo a las elecciones, sino a la confianza pública en el sistema democrático en su conjunto.

Con el cierre de las campañas en el horizonte, tanto Trump como su oponente, Kamala Harris, deberán enfrentarse a un electorado cada vez más polarizado y a las dudas que amenazan la integridad del proceso electoral.

A medida que la fecha de la votación se acerca, las palabras y acciones de los líderes políticos en esta contienda crítica seguirán desempeñando un papel crucial en la seguridad y confianza de los ciudadanos respecto a su voto.