El 25 de noviembre de 1644, el rey Felipe IV inaugura los nuevos puentes de Zaragoza tras su reconstrucción luego de las devastadoras inundaciones del Ebro.

En la ciudad de Zaragoza, existían dos puentes que atravesaban el río Ebro: uno de piedra destinado al tránsito de personas y caballerías, y otro de tablas utilizado por los vehículos de mayor carga.

Sin embargo, en el año 1643, una terrible avenida del río provocó daños irreparables en ambas estructuras.

Ante esta situación, se decidió reconstruir los puentes para garantizar la conectividad de la ciudad.

Al año siguiente, el 25 de noviembre de 1644, el rey Felipe IV inaugura oficialmente los nuevos puentes de Zaragoza, que fueron construidos nuevamente con el objetivo de resistir futuras inundaciones.

La reconstrucción de los puentes fue un verdadero desafío técnico para la época.

Se utilizaron nuevos materiales y técnicas de construcción más avanzadas para asegurar su durabilidad y resistencia.

Asimismo, se tuvo en cuenta el incremento en el tráfico de vehículos y se ampliaron las dimensiones de los puentes para permitir un mejor flujo del tránsito.

Sin embargo, las desgracias no terminarían ahí. En el año 1713, un devastador incendio arrasó con uno de los puentes, pero fue nuevamente reconstruido.

Lamentablemente, en 1801, nuevas avenidas del río Ebro llevaron a la decisión de demoler definitivamente la estructura, con el fin de evitar futuros desastres y garantizar la seguridad de los habitantes de Zaragoza.

La historia de los puentes de Zaragoza es un claro ejemplo de la importancia de contar con infraestructuras sólidas y resistentes frente a los embates de la naturaleza.

La inauguración de los nuevos puentes en 1644 marcó un hito en la ciudad y representó un avance significativo en términos de seguridad y desarrollo.

Hoy en día, los puentes siguen siendo parte fundamental del paisaje urbano de Zaragoza, recordándonos la importancia de la resiliencia y la capacidad de sobreponernos ante las adversidades.