Un jubilado de Nueva Brunswick reflexiona sobre el declive del salmón atlántico y su significado para la comunidad local en las elecciones canadienses.

La angustia por el futuro del salmón atlántico en Nueva Brunswick se ha vuelto un tema crucial en la agenda política local. Roger Jenkins, un jubilado que ha pasado gran parte de su vida pescando este emblemático pez, ha ido dejando de lado su pasión por la pesca debido a la preocupante disminución en las poblaciones de salmón.
En las actuales elecciones federales, Jenkins está decidido a buscar a un partido político que comprenda la gravedad de la situación y actúe en consecuencia.
Desde su infancia en la comunidad de Riley Brook, Roger ha tenido un vínculo profundo con el salmón atlántico. En 1962, recordar acompañar a su padre en un proyecto de conservación donde transportaban salmones desde una presa hasta el río Tobique. Debido a la construcción de represas, los salmones enfrentaban obstáculos abrumadores. A lo largo de las décadas, la situación ha cambiado drásticamente, y ahora es más que un problema físico; es un desafío burocrático que amenaza la existencia de la especie.
La población de salmón en el río Miramichi ha disminuido drásticamente, un hecho que ha dejado a Jenkins preocupado. En 2011, se registraron 1,039 salmones adultos, pero este número se redujo a solo 51 en 2024, sumando las alarmantes estadísticas de disminución en la población.
A Jenkins, esta crisis ambiental le recuerda la acción necesaria que deben tomar los políticos, quienes hasta el momento parecen no apreciar lo que está en juego.
Pero más allá de las cifras, hay un significado cultural que debe ser rescatado. El salmón atlántico, que representa una forma de vida para muchas personas en el Atlántico canadiense, no es simplemente un pez. La pesca de este salmón ha sido, y sigue siendo, una tradición integral para las comunidades locales, proveyendo no solo alimento, sino también una forma de conexión con la naturaleza y con el legado de sus ancestros.
Las decisiones políticas erróneas, como el incremento de la población de especies que depredan a los salmones, han llevado a Jenkins a cuestionar la lógica detrás de las políticas de gestión pesquera actuales.
La comparación que hace entre la situación del salmón y la suelta de lobos en los bosques del norte, donde se deja que los caribúes se enfrenten a su destino, revela su frustración con el enfoque del gobierno.
Roger se siente impotente al ver cómo su hobby se transforma en un recordatorio del deterioro ambiental. Las visitas a estaciones de conservación de salmones solo refuerzan su tristeza, al observar cómo el DFO (Departamento de Pesca y Océanos) ha perdido el control sobre la gestión de esta especie crítica.
El hecho de que un pez que podría simbolizar la salud de ríos y océanos hoy en día tenga un futuro tan incierto plantea una pregunta fundamental sobre la dirección que están tomando las políticas ambientales en Canadá.
Jenkins ha hecho un llamado a la acción, instando a los votantes a priorizar la protección del salmón atlántico. Para él, perder esta especie no es solo perder una tradición de pesca, es perder una parte de la identidad maritimera, un hecho que muchas generaciones deben recordar.
La atención y acción hacia la preservación del salmón atlántico son más urgentes que nunca, y el estado de su población es una indicativa clara de la necesidad de una gestión sostenible por parte de quienes nos gobiernan.
Jenkins, como muchos otros, espera que esta elección sirva como un punto de inflexión, donde la gestión de los recursos pesqueros no sea ignorada, sino fundamental en la agenda política.