Investigadores en la Isla Sable, en Canadá, comparten sus experiencias en un entorno desafiante, lleno de sorpresas climáticas y naturaleza única.

En la remota Isla Sable, ubicada en el océano Atlántico y a aproximadamente 467 kilómetros al sureste de Halifax, científicos han compartido lecciones valiosas sobre la ciencia y la amistad.
Este delgado banco de arena en forma de media luna alberga alrededor de 450 caballos salvajes, más de 20,000 focas y diversas aves marinas, con una población de humanos que no supera las 15 personas durante la temporada alta de verano.
A pesar de su belleza, la Isla Sable está sujeta a cambios climáticos extremos que pueden afectar la vida de quienes la habitan. Justine Ammendolia, una candidata a doctorado de la Universidad de Dalhousie, pasó diez semanas en la isla durante los veranos recientes, realizando investigaciones sobre microplásticos.
Todo el equipo de investigadores, entre ellos Lydia Crozier y Olivia Andres, encontró que estos cambios inesperados en el clima influyen drásticamente tanto en su trabajo como en sus experiencias personales.
"El clima aquí puede cambiar rápidamente. En un momento hay brisas suaves, y al siguiente estamos enfrentando una tormenta con olas que golpean las playas", explica Ammendolia. Una de las transformaciones más sorprendentes ocurrió el verano pasado, cuando, de repente, la isla se inundó, cubriendo las playas y las dunas de arena en cuestión de horas.
"Fue surrealista ver cómo el paisaje que conocíamos se desvanecía", añade.
La isla, que mide aproximadamente 40 kilómetros de largo y un kilómetro de ancho en su punto más amplio, se convierte en un lugar donde los científicos deben adaptarse a las condiciones cambiantes de la naturaleza.
Después de la inundación, los aviones no pudieron aterrizar durante varios días, y su trabajo fue temporalmente interrumpido. Pasó más de una semana antes de que el agua se retirara lo suficiente como para que la isla volviera a parecerse a lo que era.
Crozier y Ammendolia coinciden en que vivir en la Isla Sable les enseñó a ser vulnerables ante las fuerzas de la naturaleza. "Si no sientes que eres insignificante en un lugar como este, entonces algo no está bien. Te recuerda cómo a menudo somos pequeños ante el poder del entorno", reflexiona Crozier.
La vida diaria en la isla presenta sus propios retos. Sin árboles y con lluvias densas de niebla, los científicos deben hacer malabarismos entre sus investigaciones y el clima extremo. Siguiendo a los caballos salvajes, Crozier y Andres a menudo pasan jornadas de hasta 16 horas recolectando muestras, mientras que las condiciones climáticas pueden complicar aún más su labor.
A pesar de estos desafíos, los tres investigadores han desarrollado un fuerte vínculo. Exponen en su artículo en la revista científica Nature cómo el contexto remoto y la naturaleza imponente les permitió crear conexiones significativas.
"En momentos de vulnerabilidad, nuestras barreras se bajaron y forjamos relaciones más profundas", explica Ammendolia.
El ambiente también les ofreció oportunidades inesperadas para explorar el pasado marítimo de Sable. Desde 1583, se han registrado más de 250 naufragios en sus costas. Los investigadores han encontrado botellas antiguas y otros objetos emblema de la historia de la isla. "Descubrir fragmentos de la historia traídos por las olas ha sido una de las experiencias más gratificantes", comenta Andres.
En un lugar donde los fenómenos meteorológicos no solo son imponentes, sino que también moldean las relaciones y el trabajo en común, la historia de Sable Island continúa siendo un testimonio de la resiliencia y la conexión humana en medio de la naturaleza salvaje.