La difícil situación de mujeres y niños en los campamentos de Siria, en medio de tensiones militares y políticas.
En octubre de 2019, durante el primer mandato de Donald Trump, me encontraba en una pequeña tienda de falafel en al-Darbasiyah, un pueblo sirio en la frontera con Turquía, junto a la fotógrafa Kate Geraghty.
En ese momento, ambos nos cuestionábamos si estábamos a punto de ser atrapados en una invasión a gran escala por parte de las fuerzas turcas.
Trump había dado la orden de que las tropas estadounidenses se retiraran de esta guerra interminable, y lo hicieron, al menos temporalmente.
Los kurdos locales lanzaron papas contra los tanques estadounidenses mientras estos partían.
Los kurdos, que habían estado inmersos en la larga y sangrienta lucha contra el Estado Islámico, se sentían nuevamente traicionados por la comunidad internacional.
En aquel entonces, al girar en una esquina equivocada en ciudades dominadas por los kurdos como Qamishli, uno podría encontrarse con un puesto de control del régimen sirio, y como periodista, ese podría ser un viaje de una sola dirección hacia Damasco.
Mientras tanto, una variedad de milicias violentas rondaban por el país.
Poco antes de nuestra llegada, una de esas milicias había sacado a Hevrin Khalaf, una pionera política kurda y activista por los derechos de las mujeres, de su automóvil, golpeándola brutalmente y posteriormente disparándole.
Las células del Estado Islámico seguían llevando a cabo ataques en algunas partes del país.
Irán, Rusia y los kurdos estaban buscando nuevos territorios, pero Turquía amenazaba con invadir.
Mientras nos sentábamos en la tienda de falafel, los ciudadanos de al-Darbasiyah se preparaban: colocaban lonas para protegerse de los drones, buscaban refugio en túneles o huían hacia el sur.
Cuando finalmente dejamos la tienda de falafel, lo hicimos tarde, con dirección a un hotel en Qamishli que prometía relativa seguridad.
Con un grupo de otros medios extranjeros, observamos por televisión cómo los presidentes ruso y turco se reunieron horas antes de que un acuerdo de alto el fuego se anunciara.
Ante nuestros ojos, los dos líderes se repartían partes de Siria a su conveniencia.
Mientras estos altos mandos discutían y maniobraban, en un campamento de detención en condiciones deplorables, a dos horas de distancia, decenas de mujeres y niños australianos temblaban de frío en sus tiendas.
Eran las esposas y los hijos de antiguos combatientes del Estado Islámico, y temían por sus vidas mientras las hostilidades continuaban en este país desgastado por la guerra.
Logramos ingresar al área que ellos llamaban 'Australia Street'. Sus guardias, en número insuficiente y evidentemente nerviosos, habían ido a la línea del frente.
En el campamento, la comida escaseaba y el invierno se aproximaba rápidamente, creando una situación crítica para estos vulnerables refugiados.