El asesinato del CEO de UnitedHealthcare, Brian Thompson, ha generado una compleja reacción pública que expone el malestar social hacia el comportamiento de las compañías aseguradoras en Estados Unidos.
La reciente muerte de Brian Thompson, de 50 años y director ejecutivo de UnitedHealthcare, ha desatado una reacción ambivalente que ha captado la atención de muchos en EE.UU. Este trágico suceso ocurrió la semana pasada en las primeras horas de la mañana justo fuera del hotel Hilton en Manhattan.
En lugar del habitual horror que se esperaría ante el asesinato de un padre de familia, muchas personas han respondido a la noticia con una extraña satisfacción.
La situación se torna más intrigante al conocer que Thompson era un hombre joven en comparación a otros líderes corporativos, además de ser padre de dos hijos de 19 y 16 años, y tener una relación distanciada con su esposa.
La reacción pública ante su muerte podría interpretarse no solo como un simple desprecio hacia el individuo, sino más bien como un reflejo de la frustración acumulada por acciones de las corporaciones que, según muchos, han abusado de su poder.
En este contexto, el arresto de Luigi Mangione, un joven de 26 años, ha acariciado aún más la simpatía hacia el sospechoso.
Muchos han comenzado a ver en este acto de violencia una venganza fantasiosa del "99%" de la sociedad que se siente oprimida por el abuso sistemático de las grandes empresas.
Brian Thompson ha sido catalogado como uno de los rostros más codiciosos de las compañías de seguros que operan en el país.
Los años bajo su liderazgo han sido testigos de un aumento significativo en las ganancias, a menudo a expensas de aquellos que dependían de los servicios que su compañía prometía ofrecer.
Se ha argumentado que en un intento de enmendar su legado, sus colegas han tratado de distanciarse de las prácticas que glorificaron durante su mandato.
Fue particularmente inquietante descubrir que las balas recuperadas en la escena del crimen llevaban inscripciones que resonaban con las palabras "negar y demorar", frases que suelen figurar en la correspondencia de las aseguradoras hacia sus clientes.
Esta elección de palabras no fue por casualidad; rememora el título de un libro influyente de 2010 del profesor emérito de Derecho, Jay M. Feinman, titulado "Retrasar, Negar, Defender: Por qué las compañías de seguros no pagan reclamaciones y qué puede hacer al respecto". Este libro denuncia las prácticas depredadoras de las aseguradoras, destacando una tendencia desde la década de 1990 donde estas entidades comenzaron a ver la gestión de reclamos como una oportunidad para maximizar sus ganancias, en lugar de cumplir con su obligación de proteger a los asegurados.
Lo que queda claro es que existe un comportamiento depredador en el sector asegurador que afecta a las personas más vulnerables.
Aquellos que no tienen poder, ni recursos, ni conocimientos adecuados están en la línea de fuego de este sistema institucionalizado que los deja desamparados.
El caso de Thompson no solo es un recordatorio trágico de la violencia que puede surgir en la intersección de la desigualdad y la impunidad corporativa, sino también de la profunda ira social que se ha acumulado contra un sistema percibido como cruel e injusto.
Las preguntas sobre la equidad y la justicia persisten, dejando a la sociedad en un estado de reflexión sobre cómo abordar estas dinámicas de poder en juego.