Un análisis sobre cómo la política de identidad ha impactado la percepción de las clases trabajadoras en EE. UU.

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La política de identidad en Estados Unidos, aunque a menudo asociada con la izquierda, ha evolucionado de una manera que ha marcado un cambio importante en la dinámica social y política del país.

Según el académico estadounidense Francis Fukuyama, en su ensayo de 2018 titulado 'Identidad', la política de identidad tiene sus raíces en la transformación del marxismo a mediados del siglo XX. En sus inicios, el marxismo enfatizaba las relaciones sociales moldeadas por el poder económico en una sociedad estratificada por clases, pero con el tiempo se amplió para incluir otros grupos que sufrían desigualdades: mujeres, minorías étnicas y la comunidad LGBTQ+.

Este cambio significó que la política de izquierda ya no se centraba exclusivamente en empoderar a la clase trabajadora, sino que comenzó a prestar atención a otras minorías que también luchaban por el reconocimiento y la justicia.

Intelectuales como Jean-Paul Sartre, Herbert Marcuse y Michel Foucault jugaron un papel crucial en esta evolución, llevando la lucha por los derechos de estas comunidades al ámbito político mainstream.

Sin embargo, el éxito de este movimiento por la inclusión también trajo consigo desafíos imprevistos.

A medida que las demandas de las minorías eran cada vez más satisfechas, muchas personas de clase trabajadora, que tradicionalmente no se consideraban parte de un grupo minoritario, comenzaron a sentirse ignoradas y marginadas.

Fukuyama señala que el actual problema de la izquierda radica en la preferencia por celebrar formas particulares de identidad en lugar de desenvolver una solidaridad más amplia que abarque a todos aquellos que se encuentran en situaciones de desventaja económica.

Las aspiraciones de clases menos favorecidas que no se identifican con ninguna etiqueta de identidad específica podían sentirse invisibles y sin voz en medio de un discurso que prioriza a pequeños grupos.

Este fenómeno es especialmente relevante hoy en día, ya que mientras el movimiento por los derechos de las minorías se fortalecía, las clases trabajadoras blancas, a menudo no educadas, comenzaron a ser objeto de burla.


La crítica hacia estas voces se transformó en un menosprecio que fue rápidamente capitalizado por figuras de la derecha.

El expresidente Donald Trump desempeñó un papel crucial al trasladar la narrativa de la victimización, uno de los elementos centrales de la política de identidad, desde la izquierda hacia la derecha.

Esta transformación ejemplifica cómo la lengua y el marco de referencia de la política de identidad han sido adoptados por aquellos que históricamente se han opuesto a los movimientos emancipadores.

Como Fukuyama escribe: 'La idea de que mi grupo particular está siendo victimizado se ha convertido en el sello de la derecha'.

Este drama social y político también se refleja en las reflexiones de figuras como Nick Kristof, columnista del New York Times, quien recuerda su experiencia en una comunidad rural empobrecida de Oregón.

En su opinión, muchos de estos ciudadanos no anhelaban tanto una redistribución de la riqueza como una redistribución del respeto.

La sensación de ser menospreciados por las élites les ha llevado a buscar no solo reconocimiento, sino también la validación de su trabajo y de sus valores.

En última instancia, la política de identidad ha alterado las normas sociales en Estados Unidos, no solo promoviendo la inclusión, sino también provocando un desencanto entre las clases trabajadoras que sienten que su lucha está siendo eclipsada por otros movimientos.

A medida que el país sigue navegando sus tensiones políticas y sociales, permanece la pregunta de cómo se abordará esta polarización creciente y quién realmente hablará por aquellos que no se identifican dentro de las categorías contemporáneas de la identidad.