Un análisis sobre la inamovibilidad de las encuestas y el estancamiento de los partidos políticos en EE.UU.

En el panorama político estadounidense, dos aspectos han generado gran desconcierto en el marco de las elecciones próximas.

Primero, la incapacidad de las encuestas para reflejar movimientos significativos.

A mediados de junio, la contienda electoral entre el presidente Joe Biden y el expresidente Donald Trump estaba completamente igualada.

Desde entonces, hemos sido testigos de una serie de eventos destacados, sin embargo, la carrera política se ha mantenido prácticamente en el mismo estado que hace meses.

Los Estados Unidos se describen a menudo como una nación donde un porcentaje considerable de votantes se identifican como independientes.

Se esperaría que este grupo actúe de manera autónoma y se vea influenciado por los acontecimientos actuales.

Sin embargo, los datos de las encuestas demuestran que esta no es la realidad; los números apenas fluctúan.

A menos de tres semanas de la fecha electoral, las cifras muestran que Trump y la vicepresidenta Kamala Harris están más cercanos que nunca, lo que plantea una pregunta inquietante acerca de la evolución del electorado.

El segundo punto que deja perplejos a muchos es la sorprendente estabilidad entre los dos partidos a lo largo de más de una década.

Las tendencias en el electorado han cambiado notablemente: los votantes con educación universitaria tienden a alinearse a la izquierda, mientras que aquellos sin esta formación tienden hacia la derecha.

Sin embargo, a pesar de esos cambios, los dos partidos parecen estar casi igualados en términos de apoyo popular.

Históricamente, este fenómeno no es común.

Normalmente, uno de los partidos se establece como mayoría, proponiendo una visión amplia para el país, mientras que el otro intenta criticar esa propuesta.

En la década de 1930, los demócratas predominaban con el New Deal, mientras que los republicanos se oponían a él.

En la década de 1980, la revolución de Reagan fue el foco, y los demócratas tuvieron que adaptarse a ese contexto.

Sin embargo, hoy en día, ninguno de los partidos ha logrado expandir su apoyo para formar una coalición sólida y duradera.

Investigadores del American Enterprise Institute, Ruy Teixeira y Yuval Levin, en un estudio titulado “Política Sin Ganadores”, afirman que ambos partidos funcionan como minorías, centrando sus campañas en las debilidades del contrario, sin un plan serio para ampliar su alcance electoral.

Los autores apuntan que estos partidos han priorizado las necesidades de sus votantes más leales, quienes nunca apoyarían al rival, por encima de las preferencias de aquellos que podrían inclinarse hacia cualquier lado.

Esta dinámica ha llevado a ambos a interpretar victorias ajustadas como éxitos abrumadores y a minimizar derrotas estrechas, interpretando ambos resultados como confirmaciones de sus estrategias actuales.

En este contexto, Donald Trump ha pasado los últimos nueve años sin intentar expandir su base; por el contrario, ha repetido en múltiples ocasiones los mismos temas que resuenan con sus partidarios más fervientes.

Por su parte, Kamala Harris evita romper con Biden en cuestiones significativas y se presenta como una demócrata ortodoxa, siguiendo un guion preestablecido.

Aperturas ideológicas dentro de los partidos parecen ser inexistentes.

Las estrategias para construir una coalición mayoritaria duradera carecen de viabilidad.

Esto se debe, en gran medida, a que los partidos políticos han dejado de ser lo que solían ser.

En el pasado, se concebían como organizaciones diseñadas para triunfar en las elecciones y alcanzar el poder, con líderes enfocados en expandir su base de apoyo.

En contraste, en la actualidad, los partidos políticas pueden observarse más como entidades religiosas que buscan ofrecer a sus miembros un significado y validación, antes que como instrumentos para conseguir el poder.