Colombia se enfrenta a una amenaza ecológica debido a la proliferación de hipopótamos descendientes de la antigua colección de Pablo Escobar

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En Sudamérica, específicamente en Colombia, cuando el narcotraficante colombiano Pablo Escobar fue asesinado en 1993, la mayoría de los animales que había importado como mascotas, como cebras, jirafas, canguros y rinocerontes, murieron o fueron trasladados a zoológicos.

Pero no así sus cuatro hipopótamos.

Estos prosperaron.

Quizás algo demasiado bien.

Se estima que alrededor de 170 hipopótamos, descendientes de la manada original de Escobar, se pasean por Colombia hoy en día, y se espera que la población crezca hasta llegar a los 1000 para el año 2035, planteando una seria amenaza para el ecosistema del país.

Este mes, después de años de debate sobre qué hacer con estos hervíboros voraces, las autoridades colombianas anunciaron un plan para esterilizar a algunos, posiblemente sacrificar a otros y trasladar algunos a santuarios en otros países.

El viernes, un funcionario informó que ya se había esterilizado quirúrgicamente a cuatro hipopótamos, dos hembras adultas y dos machos juveniles.


"Estamos en una carrera contra el tiempo en lo que respecta a los impactos ambientales y ecológicos permanentes", declaró Susana Muhamad, ministra de medio ambiente de Colombia.

Las autoridades colombianas describen a los hipopótamos como una especie invasora y agresiva, sin depredadores naturales.

Escobar llevó los primeros cuatro a su lujosa finca, Hacienda Nápoles, en la década de 1980, como parte de una colección de animales salvajes que utilizaba para entretener a sus invitados.

Después de la muerte de Escobar en un tiroteo en la azotea con las fuerzas de seguridad en Medellín en 1993, los hipopótamos quedaron a su suerte.

Entraron en un estanque artificial y se reprodujeron, ganando tanto afecto como repudio a medida que sus números se multiplicaban.