Las mujeres afganas enfrentan una represión creciente con la implementación de nuevas leyes restrictivas por parte de los talibanes, que agravan aún más su situación.

A medida que los talibanes comienzan a ejercer un control más estricto sobre la vida diaria en Afganistán, las mujeres sienten que las esperanzas por una mejora en la situación han quedado desvanecidas.

A finales del mes pasado, se publicó un nuevo código religioso que impone leyes severas, prohibiendo a las mujeres elevar la voz, recitar el Corán en público y mirar a hombres ajenos a su familia.

Además, se exige que cubran la mitad inferior de su rostro, sumándose a la obligación anterior de llevar el velo.

Con la llegada de estas nuevas restricciones, muchas mujeres en Afganistán han comenzado a expresar su desánimo.

Las leyes anteriores ya regulaban de forma estricta sus vidas, y varias de las nuevas normas simplemente han codificado prácticas que se estaban implementando de facto.

Durante las entrevistas telefónicas realizadas en la última semana, quedó claro que se evidencian signos de una represión que se intensifica en las ciudades, donde las normas habían sido menos severamente aplicadas.

Las autoridades talibanes, en especial la policía de moral, han sido dotadas de un poder sin precedentes en Kabul y otras áreas.

Según el testimonio de varias mujeres, mientras que los oficiales de esta policía vestían túnicas blancas y eran una vista poco frecuente en Kabul, su presencia se ha intensificado notablemente desde finales de agosto.

Estos agentes están ahora recorriendo paradas de autobús y centros comerciales en busca de violaciones de código de vestimenta o cualquier indicio de comportamiento 'inadecuado', como mujeres que rían o se expresen en voz alta.

Los viernes, días sagrados para los musulmanes, las fuerzas religiosas dispersan a las mujeres en algunas partes de Kabul, acusándolas de impedir que los hombres lleguen a tiempo a la mezquita para las oraciones.

A su vez, la presencia de mujeres en las transmisiones televisivas afganas se ha vuelto cada vez más escasa.

Aunque las niñas han sido excluidas de la educación secundaria desde que los talibanes asumieron el poder hace tres años, algunas lograron asistir a clases de inglés hasta hace unas semanas.

Sin embargo, tras advertencias a los docentes masculinos de la policía de moral, muchas familias han optado por prohibir que sus hijas se involucren en estas actividades.

Otras mujeres han decidido quedarse en casa por miedo a represalias.

“Hace tres semanas, aún tenía esperanzas de que los talibanes pudieran cambiar y eliminar las restricciones a la educación de las niñas”, compartió Meena, una residente de Kabul en sus veintes, que organiza clases secretas para adolescentes.

“Pero una vez que publicaron su ley de vicios y virtudes, perdí toda esperanza”, añadió. Las entrevistadas para este reportaje solicitaron el anonimato o que solo se publicaran sus primeros nombres, temerosas de la reacción del régimen talibán.

Otra activista de derechos humanos que reside en Kabul se lamenta de ver cómo la historia se repite.

Ella había sido prohibida de estudiar cuando los talibanes gobernaban en la década de 1990 y compara la situación actual con aquel periodo sombrío.

“El país entero se ha convertido en un cementerio para los sueños de las mujeres,” expresó. La esperanza inicial de que el régimen talibán sería menos autoritario en su segundo mandato ha quedado desmentida con los hechos.

En medio de esta difícil realidad, las mujeres afganas se enfrentan no solo a la represión, sino también a la lucha por sus derechos básicos, en un contexto que recuerda las más oscuras épocas de su historia.

La comunidad internacional observa con creciente preocupación, pero el cambio parece lejano en un país donde los derechos de las mujeres están siendo arrasados.