El 28 de abril de 1995, la selección argentina Sub-20 conquistó su segundo campeonato mundial tras vencer a Brasil en la final en Doha, en un torneo que se inició con desafíos y culminó en una victoria memorable. Esta hazaña marcó un hito en la historia del fútbol juvenil argentino, que continúa celebrando su legado.

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Hace exactamente 28 años, el 28 de abril de 1995, la selección argentina Sub-20 escribió una de las páginas más memorables en la historia del fútbol juvenil.

En esa ocasión, en el Estadio Internacional Khalifa de Doha, el conjunto albiceleste derrotó a Brasil 2-0 en la final para consagrarse campeón mundial por segunda vez en su historia, bajo la dirección del entonces joven y prometedor técnico José Pekerman.

El equipo argentino, que había participado en aquel torneo con un plantel lleno de talento y futuro, fue un ejemplo de perseverancia y habilidad en un campeonato que estuvo marcado por dificultades y desafíos desde sus inicios.

Es importante recordar que, después de haber logrado su primer título en 1979 en Japón, Argentina no había logrado repetir el éxito en otros mundiales juveniles y en ocasiones había sufrido eliminaciones prematuras.

La clasificación para esa final en Doha fue, por tanto, un logro en sí mismo, considerando que días antes de partir a Qatar, el equipo tenía poca preparación y enfrentaba obstáculos como lesiones y sanciones.

Uno de los momentos clave en la historia del torneo fue el liderazgo de Pekerman, quien a pesar de las limitaciones presupuestarias y restricciones en el staff técnico, logró armar un grupo de jugadores con una visión clara y estilo ofensivo que cautivó a todos.

La fase de grupos fue exigente: Argentina tuvo un debut duro ante Holanda, en un partido donde desperdiciaron un penal y terminaron perdiendo 1-0; luego, lograron avanzar tras vencer a Honduras y superar un tropiezo con Portugal.

En los cuartos de final, el equipo enfrentó a Camerún, un rival con un estilo físico y dinámico, y salió victorioso 2-0 con goles de Francisco Guerrero y Walter Coyette.

El camino a la final fue marcado también por obstáculos, entre ellos la lesión de Diego Crosa, uno de los pilares del equipo, que se fracturó el tobillo y tuvo que abandonar el torneo.

Sin embargo, la valentía, la disciplina y la calidad técnica de los jóvenes argentinos les permitieron avanzar a las instancias finales. La semifinal frente a España fue una exhibición de fútbol de alto nivel, con un 3-0 que dejó claras las capacidades del plantel y la calidad del trabajo de Pekerman, quien en aquel momento era considerado uno de los entrenadores más prometedores de su generación.

La final contra Brasil se transformó en un verdadero espectáculo de técnica y estrategia. Brasil, que era el vigente campeón y llegaba con la intención de obtener su cuarto título mundial juvenil, contaba con figuras importantes como Raúl González e Míchel Salgado.

Sin embargo, Argentina desde el inicio mostró un juego ordenado y agresivo. En el minuto 15, Walter Coyette abrió el marcador con un disparo preciso, en una jugada que quedó en la memoria de quienes vieron el partido. Luego, Francisco Guerrero selló la victoria con un gol de habilidad, poniendo el 2-0 final y desatando la alegría en todo el país.

Este título significó mucho más que una victoria deportiva: representó la reafirmación del potencial del fútbol juvenil argentino, que había estado en algunos altibajos en los años previos.

Además, fue la primera gran conquista del ciclo iniciado por Pekerman, quien luego llevó a Argentina a numerosos éxitos internacionales y formó a jugadores que posteriormente brillaron en clubes europeos y en la selección mayor.

En aquel torneo, jugadores como Juan Pablo Sorín, Ariel Ibagaza, Walter Coyette y Francisco Guerrero dejaron una huella imborrable, y muchos años después seguirían relacionados con el fútbol argentino y mundial.

La gesta del 28 de abril de 1995 sigue siendo un ejemplo de cómo el talento, la estrategia y el corazón pueden coronar sueños y dejar una huella imborrable en la historia deportiva de Argentina.