La reciente final de 100 metros en París se convirtió en un evento histórico, rememorando otras finales ajustadas que marcaron el atletismo.

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La final de 100 metros lisos que se llevó a cabo el domingo 4 de agosto en París ha pasado a ser considerada como una de las más reñidas en la historia del atletismo, con una diferencia de solo cinco milésimas de segundo entre el estadounidense Noah Lyles y el jamaiquino Kishane Thompson.

Este notable evento se puede comparar con la final de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles en 1932, cuando Eddie Tolan ganó por un estrecho margen sobre Ralph Metcalfe, un resultado que aún se debatía décadas después.

Desde 1972, los resultados en atletismo olímpico se miden con cronometraje electrónico, que proporciona medidas en centésimas de segundo.

Anteriormente, los tiempos eran tomados manualmente, lo que complica las comparaciones directas entre diferentes épocas.

Sin embargo, se han preservado documentos de los años 30 que muestran que, incluso entonces, existían sistemas electrónicos en paralelo que ayudaban a juzgar más precisamente las diferencias en velocidad entre los atletas.

Una de las primeras finales ajustadas de los 100 metros ocurrió en 1920, en Amberes, donde la victoria de Charles Paddock fue tan estrecha que tuvo que estirarse hacia la meta para obtener una pequeña ventaja sobre Morris Kirkset.

Paddock era una figura mediática de su tiempo, famoso no solo por su velocidad sino también por su estilo extravagante, mientras que el tercer puesto fue ocupado por Harry Edward, el primer velocista negro en subirse a un podio olímpico en esta disciplina.

Edward, que más tarde se convirtió en un activista de los derechos civiles, posiblemente no imaginaba que los velocistas afroamericanos dominarían el escenario mundial en las siguientes décadas.

En 1924, en los Juegos Olímpicos de París, Harold Abrahams ganó la final de 100 metros de manera contundente contra los competidores estadounidenses, una carrera que fue inmortalizada en la película 'Carrozas de Fuego'. En los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1932, otro atleta notable, el argentino Carlos Bianchi Luti, llegó a la final de 200 metros, ocupando el quinto lugar, mientras que se quedó a las puertas de los 100 metros en las semifinales.


La final de 100 metros de 1932 entre Tolan y Metcalfe se convirtió en un momento histórico.

Ambos atletas finalizaron con un tiempo de 10.3 segundos, un récord mundial, y los jueces tuvieron que deliberar durante más de media hora antes de que se decidiera el ganador gracias al innovador sistema de fotografía de llegada, que determinó que Tolan cruzó la meta primero, por un estrecho margen de 5 centímetros.

Este evento sentó un precedente en las reglas deportivas, que fueron reinterpretadas con el tiempo para facilitar decisiones en carreras muy reñidas.

En Helsinki 1952, Lindy Remigino ganó otra carrera ajustada, con varios competidores terminando en el mismo rango de tiempo cercano.

A partir de entonces, la tecnología de cronometraje continuó mejorando, y la competición se volvió más precisa y equitativa.

La final de los 100 metros en Moscú 1980 es recordada por el sorprendente empate entre Alan Wells y Silvio Leonardo, quienes marcaron tiempos idénticos, un ejemplo del nivel de competitividad que caracteriza este evento.

Finalmente, en la era moderna, el jamaiquino Usain Bolt se ha establecido como el máximo exponente de la velocidad, siendo el único atleta en ganar tres veces seguidas los 100 metros en Juegos Olímpicos.

Su brillante carrera dejó huella en la historia del atletismo, enriqueciendo aún más esta fascinante disciplina que sigue cautivando al mundo.

La emoción generada en la reciente final en París no solo resalta la habilidad de los atletas actuales, sino que también nos recuerda el legado y la historia que ha definido al atletismo a lo largo de las décadas.