Una investigación exhaustiva en Toronto ha identificado una variedad de contaminantes en el aire, desde microplásticos hasta metales y partículas ultrafinas, revelando la magnitud del problema y su impacto en la salud pública.
La calidad del aire en Toronto, una de las ciudades más grandes y pobladas de Canadá, ha sido objeto de un extenso estudio durante el invierno, una temporada tradicionalmente considerada con niveles de contaminación más bajos.
Sin embargo, los resultados iniciales han sorprendido a los investigadores, evidenciando una problemática mucho más compleja de lo que se pensaba.
El estudio, titulado SWAPIT (Estudio de Contaminación del Aire en Invierno en Toronto), involucró la participación de más de 100 científicos procedentes de 11 universidades distintas y se llevó a cabo durante un período de seis semanas, desde enero hasta marzo de 2024.
Utilizando equipos de muestreo de alta precisión instalados en diversos puntos de la ciudad, incluyendo lugares emblemáticos como la Torre CN, a una altitud de 275 metros, los investigadores recolectaron datos sobre una variedad de contaminantes en el aire.
Desde su inicio, se esperaba que los niveles de contaminación en invierno fueran relativamente bajos, pero los hallazgos han evidenciado más bien un panorama diferente.
Varias muestras mostraron concentraciones de partículas ultrafinas, metales y microplasticos que en algunos casos superaron los umbrales considerados de riesgo según el Índice de Calidad del Aire y Salud (AQHI, por sus siglas en inglés).
Estas partículas, muchas de las cuales provienen del desgaste de frenos, productos de combustión, residuos plásticos y otros componentes metálicos, contribuyen a una contaminación que va mucho más allá del humo de los autos.
Además, las diferencias entre barrios en términos de nivel de contaminación fueron notorias. En algunos sectores de la ciudad, como cerca del Aeropuerto Pearson o en las zonas universitarias del norte y este de Toronto, los niveles de ciertos contaminantes alcanzaron hasta 40 veces más que otros sitios con menor actividad humana, lo que refleja una distribución desigual que puede estar relacionada con la cercanía a fuentes de emisión específicas.
Los datos recopilados no solo revelan la presencia de contaminantes que anteriormente no se medían con frecuencia en Toronto, sino que también sugieren que estos pueden tener efectos adversos significativos sobre la salud pública.
Estudios previos en Montreal y Toronto han vinculado partículas ultrafinas y otros compuestos con aproximadamente 1.100 muertes anuales en estas ciudades. La presencia de metales pesados y microplásticos en el aire puede tener implicaciones aún mayores, considerando su potencial para penetrar en los pulmones y la circulación sanguínea.
La investigación también indica que factores socioeconómicos influyen en la exposición a la contaminación. Comunidades de bajos ingresos parecen estar más expuestas a niveles elevados de ciertos contaminantes, lo que agrava las desigualdades en salud. Los datos sirven como una herramienta valiosa para entender las fuentes precisas de contaminación y para diseñar políticas públicas que apunten a reducir la exposición en las zonas más vulnerables.
Expertos como Jeffrey Brook, profesor adjunto en la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Toronto, destacan que, a pesar de que Canadá en general tiene bajas emisiones relacionadas con el transporte, la calidad del aire en las ciudades sigue presentando riesgos para la salud.
Esto plantea una interrogante sobre cómo las políticas ambientales deben adaptarse para afrontar estos desafíos de manera efectiva.
En respuesta a estos hallazgos, activistas ambientales como Rahul Mehta de Sustainable Mississauga creen que los resultados del estudio podrían fortalecer la demanda ciudadana por regulaciones más estrictas y acciones concretas por parte del gobierno.
Toronto Public Health, por su parte, ha señalado que los datos enriquecerán las políticas locales y los programas de salud pública, ayudando a proteger a la población más vulnerable.
Este estudio representa un avance importante en la comprensión de la calidad del aire en Toronto y abre la puerta a futuras investigaciones que puedan determinar las fuentes específicas y los efectos a largo plazo de los contaminantes detectados.
La evidencia generada no solo beneficiará a Toronto, sino que también podrá servir de referencia para otras ciudades canadienses y del mundo que enfrentan desafíos similares en la gestión de su calidad ambiental.