El observatorio en Mauna Loa, Hawái, registra niveles de dióxido de carbono que superan las 430 partes por millón, marcando un récord que preocupa a los científicos y refuerza las alarmas sobre el cambio climático.
Durante más de seis décadas, el Observatorio en Mauna Loa, en Hawái, ha llevado a cabo mediciones diarias del dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera terrestre.
Este histórico seguimiento ha permitido identificar un incremento constante en los niveles de este gas incoloro, crucial en el efecto invernadero. La última medición, registrada en junio de 2025, ha sido especialmente alarmante: los niveles de CO2 superaron las 430 partes por millón (ppm), lo que representa un récord sin precedentes en la historia moderna.
Este fenómeno no surge de la nada. Desde principios del siglo XX y con la llegada de la Revolución Industrial, las actividades humanas, especialmente la quema de combustibles fósiles como el petróleo, el carbón y el gas natural, han aumentado significativamente la concentración de CO2 en la atmósfera.
En 1958, cuando el observatorio comenzó sus registros, los niveles rondaban las 315 ppm. Para 2020, esta cifra había aumentado a unas 414 ppm, y en la actualidad, en 2025, los datos indican que hemos superado las 430 ppm.
Históricamente, los datos extraídos de núcleos de hielo almacenados en las zonas polares muestran que, durante los últimos 800.000 años, el CO2 fluctuó entre 180 y 300 ppm como parte de ciclos naturales de glaciaciones y períodos interglaciares. Sin embargo, la acelerada subida desde la era industrial ha llevado estos niveles a un rango que se considera peligroso para la estabilidad climática del planeta.
La relevancia de estos datos radica en el efecto que tiene el CO2 en el calentamiento global. Este gas, al igual que el metano, actúa como una especie de 'tercero' en una especie de invernadero natural, atrapando parte del calor solar que de otra forma se escaparía al espacio.
Mientras más CO2 hay en la atmósfera, mayor es el efecto de retención de calor, lo que provoca un aumento en las temperaturas globales.
Desde 1958, la curva de Keeling, que documenta los niveles de CO2 en Mauna Loa, ha demostrado un patrón de aumento constante y aún acelerado en los niveles de este gas.
La subida en 2024 y 2025 ha sido especialmente pronunciada, con aumentos de aproximadamente 3 a 4 ppm cada año, una tasa más rápida que en cualquier otro momento en la historia reciente.
Este incremento está claramente ligado al consumo de combustibles fósiles a nivel mundial. Países industrializados y en desarrollo continúan dependiendo de estas fuentes de energía, lo que hace difícil revertir la tendencia sin cambios en las políticas globales y nacionales.
Expertos como Damon Matthews, profesor de la Universidad de Concordia en Quebec, señalan que para estabilizar los niveles de CO2 en la atmósfera, sería necesario reducir las emisiones globales en más del 50 %.
Hasta ahora, los esfuerzos para disminuir estos gases no han sido suficientes, y las emisiones de países como Canadá, Estados Unidos y en algunos casos Europa, aún permanecen elevadas.
Además, la relación entre la cantidad de plantas y la absorción de CO2 durante los meses de verano en el hemisferio norte cumple un ciclo, donde las plantas absorben una mayor cantidad de dióxido de carbono, disminuyendo temporalmente los niveles en la atmósfera.
Sin embargo, durante los meses de invierno, estos niveles aumentan de nuevo.
El impacto de esta tendencia en el clima global se refleja en fenómenos como olas de calor extremas, incendios forestales, inundaciones y sequías cada vez más frecuentes y severas.
La comunidad científica advierte que, si no se toman medidas drásticas para reducir las emisiones, las consecuencias podrían ser irreversibles, poniendo en riesgo ecosistemas, economías y la vida en general.
La historia del clima en la Tierra muestra que las fluctuaciones naturales han sido menores en comparación con la rapidez del cambio actual. La comunidad internacional continúa trabajando en tratados y acuerdos como el Acuerdo de París, con la esperanza de limitar el incremento de la temperatura global a 1,5°C respecto a los niveles preindustriales.
Sin embargo, la tendencia actual indica que aún estamos lejos de alcanzar esa meta, y los niveles récord de CO2 son una clara señal de la urgencia de actuar.
Mientras tanto, los científicos continúan midiendo y analizando estas concentraciones de gases en la atmósfera, alertando sobre la necesidad de transiciones energéticas rápidas y la implementación de políticas que reduzcan las emisiones.
Solo con esfuerzos coordinados a nivel mundial será posible revertir esta tendencia y asegurar un futuro más estable para el planeta.