Una nueva masacre en Haití ha resultado en la muerte de al menos 50 personas esta semana, incluyendo decapitados y quemados. La violencia continúa desbordando el país, mientras las autoridades y la comunidad internacional enfrentan su peor crisis en años.
La situación en Haití sigue agravándose tras una semana marcada por una brutal ola de violencia que ha cobrado la vida de al menos 50 personas en diferentes regiones del país.
Según informes de fuentes locales, los asesinatos han sido particularmente atroces, incluyendo casos en los que las víctimas fueron decapitadas y quemadas, dejando un panorama de horror y desesperación entre la población.
Las víctimas, en su mayoría civiles, incluyen menores, ancianos y jóvenes que han sido brutalmente asesinados por grupos de autodefensa que operan en varias zonas del centro del país.
La violencia ha sido tan intensa que, en algunos casos, los cuerpos calcinados permanecen en sus viviendas o son hallados en estado de descomposición en los campos y ríos cercanos.
La magnitud de la masacre aún no se ha cuantificado completamente, ya que las autoridades y comunidades locales reportan hallazgos diarios de nuevos cadáveres, algunos en avanzado estado de descomposición o devorados por perros callejeros.
Uno de los incidentes más atroces ocurrió en la localidad de Préval, en el departamento de Artibonite, donde se reportaron aproximadamente 30 víctimas en una sola masacre.
Según Bertide Horace, portavoz de la Comisión de Diálogo, Reconciliación y Concienciación para Salvar Artibonite, al menos 20 cuerpos aún no han sido recuperados por las autoridades, debido a que los criminales mantienen el control de la zona, impidiendo el acceso a los equipos de rescate y las fuerzas de seguridad.
La masacre en Préval fue una represalia por el homicidio de un miembro de una coalición de autodefensas, Ti Mépri, ocurrido en la localidad de Jean Denis.
La venganza fue ejecutada por el grupo armado Gran Griff, que regresó a su base en Savien con armas y un saldo de múltiples víctimas. La coalición, que incluye grupos de las comunidades de Bwa Lavil, Pont Sondé, Chandelle y Barrière Léon, se desplazó hacia Préval con la intención de tomar represalias, incendiando varias viviendas y entrando en la iglesia Maranatha, donde decapitaron al pastor de 86 años, Jacques Brutus, y otros 14 feligreses que estaban en el lugar.
El horror no termina allí. Horace relata que después de la masacre, los responsables arrastraron los cuerpos y los arrojaron en el río Artibonite, decapitando muchos de ellos en el proceso y dejando los restos flotando en las aguas.
Este acto de barbarie evidencia la gravedad de la situación y cómo las bandas armadas están desafiando la autoridad del Estado, sin que haya una intervención efectiva por parte de las fuerzas policiales, a pesar de la presencia de la Policía Nacional y una misión internacional de apoyo.
En la región también se han reportado ataques contra miembros de la misión de apoyo a la seguridad, con al menos dos de sus integrantes asesinados y varios vehículos de la policía incendiados por los grupos armados en Savien.
Aunque Préval se encuentra a unos pocos kilómetros de una comisaría, las fuerzas policiales no intervinieron para detener la masacre, lo que ha generado críticas y un aumento en la sensación de impunidad.
Este resurgir de la violencia se enmarca en una crisis mucho más profunda que azota a Haití desde hace años. Solo en 2024, las cifras oficiales reportan más de 5.600 muertes relacionadas con la violencia, incluyendo las masacres recientes. La inseguridad ha provocado que más de un millón de haitianos hayan abandonado sus hogares, buscando refugio en otros lugares del país o en países vecinos.
La ONU y organizaciones humanitarias alertan sobre la necesidad urgente de una intervención internacional efectiva para estabilizar la situación y brindar ayuda a las víctimas.
Históricamente, Haití ha atravesado varias crisis políticas y sociales desde su independencia en 1804, siendo la más reciente la brutal dictadura de François Duvalier y su hijo Jean-Claude Duvalier, que dejó un legado de pobreza y violencia.
La inestabilidad política, la corrupción y la pobreza extrema han facilitado el avance de las bandas armadas y la desintegración del Estado en muchas regiones.
Mientras tanto, la comunidad internacional continúa observando con preocupación el deterioro de la situación en Haití, con llamados a un mayor compromiso para restaurar la seguridad y la estabilidad en el país.
La crisis humanitaria en Haití no solo afecta a la población local, sino que también representa un desafío regional, dado el flujo constante de refugiados y la influencia de las organizaciones criminales en la región del Caribe.