El expresidente Donald Trump ha amenazado con trasladar los partidos de la Copa del Mundo programados en Boston, en una maniobra que evidencia su influencia en decisiones deportivas y sus motivos ocultos. La duda sobre sus intenciones persiste, mientras FIFA confirma las sedes con años de antelación.

La recentísima amenaza del expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, de mover los partidos de la Copa del Mundo programados en Boston hacia otros lugares, ha generado controversia y ha puesto en evidencia cómo la influencia política puede trascender al deporte internacional.

Este episodio sucede en un contexto donde Trump ha demostrado en varias ocasiones su capacidad de intervenir y condiciona decisiones en diferentes industrias, incluyendo la deportiva.

Trump hizo este anuncio en medio de una serie de declaraciones en las que criticaba diversos aspectos de la gestión local y nacional, evidenciando su interés en mantener cierta influencia sobre los eventos que puedan proyectar su imagen.

La controversia se centra específicamente en los partidos que FIFA ha designado en el Gillette Stadium, ubicado en Foxborough, a unos 50 kilómetros de Boston.

Cabe aclarar que, geográficamente, Foxborough forma parte del área metropolitana de Boston, pero administrativamente es una localidad independiente.

El expresidente argumentó que la decisión de mover el evento tendría p que ver con problemas de seguridad y otros motivos que, en su mayoría, parecen carecer de mayor fundamento.

Sin embargo, la realidad es que, en ocasiones anteriores, Trump ha mostrado un interés marcado en manipular decisiones deportivas por motivos políticos o económicos.

No en vano, su historia en el deporte profesional y su participación en la gestión de la USFL en los años 80 reflejan su tendencia a intentar influir en los eventos deportivos para su beneficio personal.

Es clave recordar que FIFA ha definido las sedes del Mundial con años de antelación; cambiar de última hora un escenario como Boston sería sumamente complejo, costoso y legalmente complicado.

No obstante, las amenazas de Trump evidencian su intención de mantener un control tácito y su influencia en decisiones que, en realidad, corresponden a organismos internacionales como FIFA.

Un ejemplo de su influencia previa en el deporte es su propiedad del equipo de fútbol estadounidense USFL en los 80, donde intentó tomar decisiones que afectaron a la liga y que, finalmente, terminaron en una demanda antimonopolio contra la NFL.

Esa historia deja una lección sobre cómo las acciones de Trump en el ámbito deportivo pueden tener repercusiones duraderas y, en algunos casos, perjudiciales.

El fondo del asunto también revela un interés político en polarizar los escenarios y, posiblemente, buscar una notoriedad para sus futuras estrategias públicas.

La política y el deporte han estado ligados a lo largo de la historia, y en el caso de Trump, esta relación vuelve a evidenciarse cuando busca capitalizar su influencia en eventos internacionales.

Mientras tanto, FIFA y las autoridades locales de Massachusetts han expresado que los procesos de selección de sedes se realizan con plena transparencia y con años de planificación, por lo que las amenazas de Trump parecen más una estrategia mediática que una posible realidad.

Sin embargo, este tipo de actitudes sirven para recordar que la influencia política puede aún, en ciertos contextos, alterar el delicado equilibrio que rige los eventos deportivos internacionales.

El futuro del Mundial 2026, que se disputará en Estados Unidos, Canadá y México, aún está por definirse en muchas de sus fases, pero una cosa está clara: las declaraciones de Trump representan un capítulo más en la lucha por el control mediático y político en torno al fútbol mundial en una época donde las decisiones deportivas no están exentas de intereses políticos y económicos.