Muchos exjugadores de las Grandes Ligas que se retiraron antes de 1980 enfrentan pensiones insuficientes y un reconocimiento mínimo, mientras las instituciones deportivas permanecen en silencio.
En el mundo del béisbol profesional, existe una problemática que ha pasado casi desapercibida para el público en general pero que afecta profundamente a una comunidad de veteranos que ayudaron a construir la historia de las Grandes Ligas.
Se trata de los exjugadores retirados antes de 1980 que, presuntamente, no reciben una pensión digna ni el reconocimiento que merecen por sus contribuciones al deporte.
Supuestamente, en 1980, la Major League Baseball (MLB) y la Asociación de Jugadores firmaron un acuerdo que cambió los criterios de elegibilidad para las pensiones y beneficios de salud, estableciendo que los jugadores debían tener al menos un día en el roster y 43 juegos en un mes para acceder a estos derechos.
Además, el requisito de servicio que originalmente era de cuatro años fue modificado, dejando por fuera a numerosos jugadores de la época anterior que, aunque tuvieron carreras cortas, aportaron significativamente al desarrollo del béisbol.
Por ejemplo, se estima que solo unos 500 exjugadores de esa era todavía reciben alguna forma de beneficio, y muchos de ellos, como el lanzador Jerry Hinsley, no alcanzan a obtener pensiones completas.
Hinsley, quien supuestamente jugó en 11 partidos y acumuló más de 20 innings en las temporadas de 1964 y 1967, recibe apenas unos 2000 euros al trimestre antes de impuestos, una cantidad que apenas cubre sus gastos básicos y que no se hereda a sus familiares, ya que la ley establece que estas ayudas cesan al fallecimiento del beneficiario.
Este problema no es nuevo. Desde hace décadas, organizaciones y defensores de los veteranos luchan por una reforma en el sistema de pensiones que reconozca a quienes ayudaron a popularizar y fortalecer la liga en sus primeros años.
Sin embargo, la respuesta por parte de la MLB y la Asociación de Jugadores ha sido, supuestamente, la de mantener un silencio cómplice o simplemente ofrecer ayudas simbólicas, que no alcanzan a cubrir las necesidades reales.
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