Un análisis sobre el violento legado de los grupos de hinchas en Rosario, a raíz del trágico caso del niño Nahuel Taiana, que dejó una marca imborrable en la historia de la ciudad.
El 15 de marzo de 2002, un suceso trágico alteró para siempre el curso de la historia en Villa Gobernador Gálvez, una ciudad limítrofe con Rosario.
Ema y Chicha, conocidos líderes de la violenta barra de Rosario Central, junto a un grupo armado, perpetraron un ataque que culminaría con la muerte de Nahuel Taiana, un niño de tan solo tres años.
Esa noche, los barrabravas, bajando de una camioneta blanca, agredieron a dos jóvenes que regresaban de una jornada de pesca. Uno de ellos, perseguido hasta una casa, tomó un giro fatal al recibir disparos erróneos que acabaron con la vida del inocente Nahuel.
Las justificaciones que ofrecieron desde la versión oficial, donde se alegó que el ataque era una represalia por el robo de una caja de herramientas, contrastan duramente con las declaraciones de los vecinos, quienes afirmaron que los tiradores mantenían una constante disputa armada con otros miembros de la barra, un indicativo del patrón inquietante que marcó esa época.
La historia del club está marcadamente ligada a la violencia de sus hinchas. Ema, Juan Carlos Emanuel Ferreyra, y su hermano, Chicha, Juan Domingo Ferreyra, resultaron condenados por este crimen que dejó huellas profundas en Rosario.
En ese mismo tiempo, la institución deportiva lidiaba con serios problemas, no solo dentro del campo de juego, donde sus resultados no acompañaban, sino también debido a la creciente fuerza de la barra liderada por Andrés 'Pillín' Bracamonte, quien forjaba alianzas con figuras notorias del crimen local.
La intrincada red de poder entre las barras se intensificó, abriendo un capítulo oscuro, donde la política del club se entrelazaba con la violencia en las calles.
'Nadie quiere dirigir Central por la complicación externa que vive el club', solía declarar el presidente de la entidad por entonces, Juan Carlos Campagna, un eco del miedo que se había apoderado de los dirigentes debido a la violencia.
Enfrentamientos constantes se volvían el pan de cada día, acumulando una lista de heridos, muertes y temores.
El legado de violencia no cesó con el tiempo. El mismo Bracamonte, mientras mantenía su poder hasta el reciente contexto, fue asesinado en los alrededores del estadio, un desenlace que, como su trágico antecedente, proyecta un ecosistema en el cual el poder, la violencia y las balas tomaron el lugar de simples disputas barriales.
Este ciclo parece condenar a un estigma permanente en una comunidad que lucha por sanarse.
Desde entonces, los relatos de crímenes continuaron resonando en cada rincón de la ciudad. Recientemente, el asesinato de Chicha Ferreyra reavivó las alarmas sobre el regreso a la violencia descontrolada en la barra, una reiteración del dolor y la pérdida que han asolado a Rosario durante años.
La violencia de las barras ha sido una constante, y el dilema de la seguridad en las inmediaciones del fútbol continúa siendo un tema de debate no resuelto.
A medida que avanza el tiempo, los ecos del pasado siguen pesando sobre el presente de Rosario, en donde los nombres de los caídos aún resuenan entre las sombras.