La conmovedora historia de un hincha de San Lorenzo que recibió una carta del Papa Francisco, entrelazando lo sagrado y lo cotidiano en un diálogo lleno de emociones.

En un mundo donde las cartas parecen quedar en el olvido, sólo llegan a mi hogar notificaciones del impuesto y anuncios de pizzerías. Han pasado años desde que dejé de recibir cartas de la señorita Adela, mi querida maestra de quinto grado, quien además fue mi primera corresponsal desde Salsipuedes, Córdoba.

Mis amigos aventureros han dejado de enviarme postales, y de los papeles que se cuelan por debajo de la puerta, lo más reciente que recuerdo es el aumento de las expensas.

Sin embargo, algo extraordinario acaba de suceder: recibí un correo del Papa. Sí, del Papa Francisco, el líder que busca transformar el mundo y dirige a más de 1.200 millones de católicos.

La magnitud de su figura me otorgó una extraña sensibilidad; cuando sostuve el sobre en mis manos, sellado y sin un nombre visible, supe que albergaba una carta de él.

Mi esposa, testigo de este instante, notaba mi ansiedad y el nerviosismo que provocaba la búsqueda de mis lentes, mientras las lágrimas dificultaban mi enfoque.

"Te digo que es una carta del Papa", le comenté a un amigo de secundaria. Un empleado del Vaticano se encarga de enviar su correspondencia personal y aquí en casa se cuidaba de su entrega. El sobre contenía otro de menor tamaño, similar a las muñecas rusas.

Al abrir el sobre, mis manos temblaban y opté por un método cuidadoso evitando dañar el contenido. Y efectivamente, allí estaba: la carta escrita a mano por el Papa. Una mezcla de espiritualidad y humanidad, en la que ofrecía consejos incluso sobre el famoso gol de Pontoni, mientras pedía que lo recordáramos en nuestras oraciones.

Por un momento, dudé si podría ser un saludo protocolar de algún secretario o una estampilla, pero yo había entregado mi carta a un sacerdote que había visitado el Vaticano en nombre de su misión en África y le había pedido que se la acercara.

Tal vez por eso fue que mi emoción y ansiedad se desbordaron al leer su respuesta.

En mis cartas previas a Francisco, expresé el respeto y admiración por su labor, así como el cariño que siento por San Lorenzo, el club que ha sido una parte esencial de mi vida.

Conté acerca de mi hijo y de nuestras tardes juntos en la capilla del club, donde él había celebrado una misa. Revelé que estaba escribiendo un libro sobre San Lorenzo y le compartí las anécdotas que nos unen a él, al tiempo que deseaba que su cercanía hacia los hinchas pudiera seguir creciendo.

Cuando llegó la carta de respuesta, describía, entre otras cosas, el famoso gol.Por un instante, establecíamos un diálogo directo entre un simple mortal y el líder espiritual más relevante del momento. Es cierto que el Papa tiene una agenda repleta de responsabilidades, pero su carta irradia cercanía, un vínculo genuino que lo acerca a su gente. Francisco, quien aún es Jorge Bergoglio de Flores, nos enseña que a pesar de la grandeza, siempre hay espacio para la sencillez y la conexión humanidad.

Hoy, las cartas pueden parecer cosa del pasado, pero el eco de las palabras escritas a mano sigue teniendo la capacidad de sorprender y emocionar. Esta carta no solo fue una respuesta; fue un recordatorio de que en un mundo digital, a veces lo más valioso se encuentra en lo tangible, en lo simple y en lo genuino.

Y así, este magno Papa, que delinea una revolución en la Iglesia, también se siente humano al compartir un momento de conexión a través del fútbol, un puente entre su vida espiritual y la pasión de un simple hincha.