El reciente ataque de Ucrania en Kursk revela importantes enseñanzas tácticas y estratégicas para el contexto del conflicto con Rusia.

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El ataque de Ucrania a la región rusa de Kursk ha cumplido tres semanas, sorprendiendo tanto a las fuerzas rusas como a sus aliados occidentales.

Este asalto, considerado una maniobra táctica y operativa inesperada, ha dejado lecciones valiosas para organizaciones militares alrededor del mundo, incluyendo la Fuerza de Defensa de Australia, en áreas como la decepción táctica, operaciones conjuntas con drones, guerra electrónica y la iniciativa en el campo de batalla.

Uno de los aspectos más destacados del ataque es el hecho de que Ucrania optó por mantener en secreto los detalles de su acción en Kursk, con el objetivo de maximizar el elemento sorpresa.

La decisión de no revelar información también se tomó para evitar que funcionarios propensos a la especulación realizaran juicios que pudieran haber puesto en peligro la misión, como ocurrió durante su fallida contraofensiva en 2023.

El reciente foco de atención está en la destrucción de un puente estratégico en la región de Kursk, lo que ha alterado significativamente las dinámicas en el área.

La ofensiva busca alcanzar varios objetivos clave: desviar las fuerzas rusas del Donbas, establecer una zona de amortiguamiento dentro de Rusia, y aumentar el número de prisioneros de guerra disponibles para un futuro intercambio.

En palabras del presidente ucraniano, se trata de "llevar la guerra a casa" para Rusia.

Sin embargo, la razón más fundamental detrás de la atrevida campaña de Kursk radica en la insostenibilidad del statu quo de la guerra antes de este ataque.

Ucrania ha estado sufriendo costos humanitarios, estratégicos e infraestructurales inaceptables.

Al mismo tiempo, la estrategia de la OTAN para apoyar a Ucrania parece centrarse en "defender a Ucrania", lo que, aunque útil para mantenerse a flote, no busca una victoria definitiva en el conflicto.

Por su parte, la política estadounidense está excesivamente concentrada en "evitar la Tercera Guerra Mundial", impidiendo el uso completo de armamento.


La sorpresa en Kursk es, por tanto, el resultado de la evaluación de Ucrania de que solo ella podría cambiar el rumbo de la guerra.

No obstante, el éxito en el campo de batalla debe ir acompañado de logros políticos y estratégicos.

El gobierno ucraniano, al romper con el statu quo que existía hace un mes, busca forzar un cambio en la mentalidad de otros actores clave.

Ucrania espera que Estados Unidos levante sus restricciones sobre el uso de armas, que la OTAN modifique su estrategia hacia una que integre la derrota de Rusia, y que Putin evalúe si la captura de más territorio en el Donbas vale el costo de perder partes de su propio territorio.

Desafortunadamente, la decisión de los países occidentales ha estado marcada por una forma de timidez estratégica.

A pesar de que Estados Unidos anunció un nuevo paquete de ayuda, no ha habido cambios significativos en la política de apoyo a Ucrania.

No se ha realizado un despliegue masivo de ayuda estadounidense, como lo que se observa históricamente cuando Israel enfrenta conflictos con sus vecinos.

La OTAN ha adoptado una postura de "observar y esperar" en las últimas semanas, y no se han anunciado reemplazos de los Bushmasters perdidos en combate en Kursk por parte de Australia.

Las lecciones políticas que se derivan del audaz asalto de Ucrania son difíciles de emular en muchas naciones occidentales.

En las últimas tres décadas, nuestras sociedades no han enfrentado amenazas estratégicas significativas, a pesar de los conflictos generados desde los ataques del 11 de septiembre.

Este contexto pone de relieve la necesidad de una revisión crítica en nuestras aproximaciones ante conflictos armados y de establecer una respuesta más decidida y efectiva frente a las agresiones en el escenario internacional.