Un análisis profundo del conflicto israelí-palestino y cómo la historia del Holocausto influye en las decisiones contemporáneas de Israel.

Hace casi 40 años, me encontraba en una esquina de Jerusalén, realizando una encuesta informal para conocer las opiniones de los israelíes sobre las armas nucleares.

Mi interés se despertó tras el rapto de un joven científico judío, Mordechai Vanunu, en 1986. Vanunu fue atrapado por agentes del Mossad en Roma y trasladado a Israel en una caja.

Su 'delito' fue revelar los secretos del programa nuclear de Israel al periódico The Sunday Times de Londres, una acción que él consideró un acto de conciencia, pero que su país clasificó como traición.

Vanunu, hijo de padres judíos ortodoxos, se había convertido al cristianismo en una iglesia de Sídney poco antes de su captura y pasó 18 años en prisión en Israel, de los cuales 11 fueron en aislamiento.

Este hecho suscitó en mí varias preguntas: ¿por qué no había oposición a su secuestro? ¿Por qué no se discutía públicamente el programa nuclear del país, que se creía poseía hasta 200 armas nucleares?

Un rabino explicó la situación de una manera que resonó en mí. Dijo que, lógicamente, las armas nucleares deberían ser una preocupación inmediata, pero no lo eran, porque el país estaba inmerso en una guerra convencional que absorbía su energía física y ética.

La experiencia del Holocausto era el trasfondo de esta afirmación.

Hablar de una amenaza nuclear se tornaba irrelevante frente a la memoria de la exterminación de seis millones de judíos.

La frase "no hay fuego más intenso que los hornos de Auschwitz" se convirtió en un lema que resume la mentalidad de Israel: el deseo de proteger a su pueblo a cualquier costo, reiterando un "nunca más" que ha moldeado su política hacia los palestinos.

Esta psicología de víctima-victoriosa ha dominado las relaciones israelíes con los palestinos durante generaciones.

El año pasado, esta ideología salió a la luz tras la invasión de grupos armados liderados por Hamas, que resultó en la muerte de casi 1200 israelíes y la captura de 250 más.

Fue la masacre más devastadora de judíos desde el Holocausto, con atrocidades reportadas que incluían asesinatos, violaciones y torturas.

La respuesta de Israel fue inmediata y feroz.

En un discurso, el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, declaró el 9 de octubre un asedio total sobre Gaza: "No habrá electricidad, no habrá comida, no habrá combustible, todo estará cerrado… Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia".

Esta dinámica entre el recuerdo del dolor histórico y la realidad actual del conflicto es compleja y dolorosa.

Las decisiones tomadas hoy están profundamente impregnadas por el trauma del pasado, lo que dificulta un diálogo pacífico y una resolución al conflicto.

Sin embargo, este análisis también nos invita a reflexionar sobre la posibilidad de caminos hacia la reconciliación, entendiéndose que el sufrimiento atravesado en ambas naciones requiere un compromiso genuino por parte de todos los actores involucrados.