Exploración sobre cómo la geografía electoral influye en el conteo de votos y las decisiones políticas, destacando la importancia de los estados oscilantes.

La reciente preocupación sobre las desigualdades en la participación electoral en los Estados Unidos ha llevado a muchos a cuestionar el funcionamiento del sistema.

Mientras me encontraba en una cómoda sala de estar con vista a las emblemáticas torres de All Souls College en Oxford, revisé mi boleta para votar por Kamala Harris.

Como residente de un pequeño pueblo en Massachusetts, el proceso fue sencillo.

Simplemente visité el ayuntamiento una semana antes de mi viaje a Inglaterra y solicité mi boleta, un derecho que disfruté sin complicaciones.

La secretaria del pueblo se encargó de enviarme la boleta por correo electrónico y me ayudó a corregir cualquier error que pudiera poner en riesgo mi voto.

Sin embargo, mi voto no tiene un impacto real en esta elección, dado que Massachusetts es un estado fuertemente demócrata.

De hecho, en la elección presidencial de 1972, Massachusetts fue el único estado que no votó por Nixon, lo que subraya su firme apoyo al Partido Demócrata a lo largo de los años.

En la actual carrera presidencial, solo siete estados son considerados “oscilantes” o “swing states”, mientras que los otros 43 están fuertemente alineados con un partido u otro, como es el caso del Sur de EE.UU. que tiende a ser republicano.

Este sistema único, que se basa en el colegio electoral, permite que un candidato pueda recibir millones de votos más a nivel nacional y, sin embargo, perder la elección.

Actualmente, Harris parece tener asegurados 226 votos en el colegio electoral, mientras que Trump tiene 219. Solo hay 93 votos en juego en esos pocos estados oscilantes.

Esto significa que en una población total de 330 millones de personas, las elecciones a menudo se deciden por la elección de unas pocas decenas de miles de votantes en estados clave.

Esta realidad resulta impactante e injusta, especialmente al considerar los efectos globales de la elección del presidente.

Quienes residen en esos estados tienen el poder de elegir a un líder cuya política podrá impactar el futuro del mundo, sin que los más afectados tengan voz o voto en esta decisión.

Si el elegido es Donald Trump, se espera que abandone los acuerdos climáticos internacionales, lo que podría perpetuar un futuro desastroso para millones de personas.

Esto, sumado a la abundante producción de combustibles fósiles y los beneficios récord que disfrutan las compañías energéticas, podría agravar aún más la situación climática.

Además, su enfoque hacia conflictos internacionales y la política exterior podría desestabilizar aún más regiones en crisis.

El vínculo con líderes como Netanyahu se ve amenazado, y se podría dar un aumento en la violencia en áreas como Gaza y Cisjordania.

Asimismo, la administración de Trump contempla reemplazar a expertos en diversas ramas con individuos alineados políticamente, lo que podría resultar en una falta de regulación crucial en áreas como la seguridad nuclear y la predicción de desastres naturales.

Este retorno a una gestión más partidista podría tener repercusiones a largo plazo en la seguridad y bienestar de millones, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo.

La realidad del sistema electoral estadounidense presenta un panorama complejo, repleto de desafíos que muchos ciudadanos aún deben enfrentar a medida que se aproxima la jornada electoral.

La necesidad de un cambio en la representación y en la consideración de todas las voces es más urgente que nunca.