La tensión entre China y Australia aumenta tras críticas internacionales sobre derechos humanos.
China ha arremetido contra Australia, acusando a su gobierno de hipocresía en materia de derechos humanos.
Esta ofensiva, que no es nueva, surge después de que el diplomático australiano ante las Naciones Unidas, James Larsen, liderara una declaración internacional con el apoyo de 14 países, incluyendo Estados Unidos, Reino Unido, Canadá y Japón.
En dicha declaración, se expresaron preocupaciones sobre las graves violaciones de derechos humanos que están ocurriendo en Xinjiang y Tíbet.
El Primer Ministro australiano, Anthony Albanese, se encuentra en Samoa para la Reunión de Jefes de Gobierno de la Commonwealth, donde se espera que el aumento de la influencia de China en la región del Pacífico sea un tema central en las discusiones.
A pesar del esfuerzo por estabilizar la relación bilateral, las tensiones persisten, dejando claro que la situación sigue siendo volátil.
Li Jian, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, descalificó las acusaciones de Australia, afirmando que el país tiene su propio historial de discriminación racial y crímenes de odio.
“Australia ha tenido una larga historia de discriminación racial sistemática, ha violado gravemente los derechos de los refugiados y migrantes, y las condiciones de vida de los pueblos indígenas son deplorables”, declaró Li durante una conferencia de prensa.
Esta respuesta contundente pone de manifiesto la dificultad de abordar el tema de los derechos humanos en el contexto de relaciones internacionales complicadas.
Es importante recordar que las relaciones entre Australia y China han fluctuado significativamente en los últimos años.
En 2019, las tensiones crecieron cuando Australia se opuso públicamente a la expansión de la influencia china en el Pacífico.
La política de “estabilización” del gobierno de Albanese intenta mitigar estas tensiones, pero a veces parece que los esfuerzos son insuficientes ante las críticas y la retórica china.
Durante el gobierno anterior de Scott Morrison, China ya había expresado preocupaciones similares, enfatizando un patrón de acusaciones mutuas que no muestra signos de resolverse fácilmente.
Los temas de derechos humanos son altamente sensibles y, a menudo, se utilizan como herramientas de política exterior tanto en Pekín como en Canberra.
El intercambio de acusaciones establece un contexto más amplio, donde el equilibrio del poder en el Asia-Pacífico se está redefiniendo.
A medida que países como Australia intentan unir a sus aliados occidentales en torno a la defensa de los derechos humanos, China continúa reforzando sus posiciones y sus vínculos en la región, lo que complica aún más la búsqueda de soluciones diplomáticas.
La situación en Xinjiang, donde se alega la internación masiva de musulmanes uigures, y las violaciones de derechos humanos en Tíbet son puntos críticos que simbolizan no solo la oposición entre Australia y China, sino también las divisiones ideológicas más amplias que persisten en el ámbito internacional.
A medida que las naciones del Pacífico se preparan para las discusiones, el ambiente tenso sugiere que este conflicto por los derechos humanos continuará generando impactos en las alianzas y en la política global.