La FIFA ha otorgado a la selección femenina de Afganistán un reconocimiento limitado, solo como equipo de refugiadas, lo que impide su participación en torneos oficiales. La situación refleja las dificultades que enfrentan las deportistas afganas tras la toma del poder por los talibanes y el compromiso internacional para su recuperación deportiva.

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La Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA) finalmente ha reconocido a la selección femenina de Afganistán, pero en una modalidad restringida, al otorgarle el estatus de equipo de refugiadas.

Este reconocimiento, aunque es un paso, resulta insuficiente desde la perspectiva de las deportistas que luchan por su participación plena en competencias internacionales.

La decisión significa que las jugadoras afganas solo pueden disputar partidos amistosos y no tienen acceso a torneos oficiales, una situación que afecta su desarrollo y visibilidad a nivel mundial.

Este reconocimiento parcial refleja la complejidad y dificultad del contexto político y social en Afganistán, donde el régimen talibán ha impuesto severas restricciones sobre los derechos de las mujeres y las niñas, especialmente en el ámbito deportivo.

Desde que los talibanes tomaron el control en 2021, todas las actividades deportivas femeninas fueron suspendidas, eliminando programas que previamente impulsaban el deporte femenino en ciudades como Kabul.

La prohibición ha afectado a generaciones de jóvenes que veían en el deporte una vía de empoderamiento y expresión.

Farkhunda Muhtaj, capitana de la selección nacional femenina y jugadora del equipo Calgary Wild de la Liga de la Súper Liga del Norte en Canadá, ha sido una de las figuras más destacadas en esta lucha.

Tras escapar de Afganistán en 2021, ayudó en la evacuación de más de 80 personas, incluyendo miembros de la selección juvenil, y desde entonces ha trabajado en foros internacionales para que la FIFA reconozca oficialmente a su equipo.

Ella y otras jugadoras han vivido en el exilio, entrenando y jugando en clubes en distintas partes del mundo, pero la falta de participación en torneos oficiales limita su crecimiento y el reconocimiento de su talento.

Khalida Popal, fundadora del equipo femenino y exjugadora, también ha desempeñado un papel fundamental en la lucha por la visibilidad y reconocimiento del fútbol femenino afgano.

Desde Dinamarca, ha gestionado esfuerzos por mantener viva la identidad del equipo y ha promovido campañas para que FIFA conceda el estatus oficial. En 2011, fue la primera en escapar del país, después de que la violencia y la restricción de derechos sociales aumentaran, y desde entonces ha luchado por los derechos de miles de mujeres deportistas.

Recientemente, durante la decisión de FIFA de ampliar en un 50% el número de equipos en la Copa del Mundo femenina para 2031, la organización también confirmó que reconocería a la selección de Afganistán como equipo de refugiadas.

Sin embargo, este reconocimiento implica que sus jugadoras solo podrán disputar partidos amistosos, una situación vista como un compromiso temporal y no una solución definitiva.

Muchos consideran que este paso no refleja el espíritu de igualdad y participación que debería promover el deporte.

La comunidad internacional y defensores de los derechos humanos defienden que el deporte, y en particular el fútbol femenino, debe ser un espacio de igualdad, inclusión y derechos, y no un campo de juego condicionado por regímenes autoritarios o discriminatorios.

La participación de mujeres en el deporte es un indicador de libertad y progreso social, y su exclusión perpetúa desigualdades.

Mientras en otras partes del mundo las mujeres atletas disfrutan de reconocimiento, apoyo y oportunidades, en Afganistán la realidad es muy distinta.

La prohibición de actividades deportivas para las jóvenes en Kabul sigue en vigor, eliminando programas que antes promovían el deporte femenino, como Skateistan, y cerrando las ligas locales de fútbol y cricket.

Este conflicto entre las gestiones internacionales y la situación en tierra refleja la urgencia de una acción coordinada que garantice los derechos básicos y la participación plena de las mujeres en el deporte.

La comunidad global demanda que FIFA y otras instituciones sean más firmes en su apoyo y establezcan medidas concretas para que las deportistas afganas puedan competir con igualdad y dignidad.

La lucha de estas deportistas trasciende el deporte; es una batalla por derechos humanos, igualdad y justicia. La esperanza es que en un futuro cercano puedan volver a jugar en competencias oficiales y demostrar que el talento y la pasión no conocen fronteras ni restricciones de género.

La historia de estas mujeres es un ejemplo de resiliencia y la determinación de que el deporte puede ser un catalizador para el cambio social, incluso en las circunstancias más adversas.