Investigaciones recientes revelan que los vecindarios que fueron objeto de políticas de redlining en el pasado aún enfrentan tasas elevadas de violencia y problemas sociales, evidenciando el impacto duradero de estas prácticas discriminatorias en las comunidades de color.

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Un estudio reciente realizado por académicos de la Universidad de Virginia Commonwealth ha demostrado que las áreas previamente señaladas como 'peligrosas' en Richmond, Virginia, presentan ahora una mayor prevalencia de comportamientos violentos entre sus residentes.

Estas políticas, implementadas principalmente en los años 30, supuestamente tenían como objetivo evitar que las instituciones financieras otorgaran préstamos en barrios habitados mayoritariamente por personas de color, bajo la premisa de que estos sectores eran más riesgosos.

Sin embargo, investigaciones históricas indican que estas prácticas no solo limitaron la oportunidad de acceso a la propiedad y la acumulación de riqueza para las familias afroamericanas y de otras minorías, sino que también contribuyeron a la segregación social y económica que persiste en la actualidad.

El estudio, publicado en agosto, analizó registros de visitas a centros de trauma y hospitalizaciones en los últimos dos años, relacionándolos con mapas de redlining.

Se encontró que aproximadamente el 86% de los casos de lesiones intencionales y agresiones ocurrieron en vecindarios que en su momento fueron señalados como zonas de alto riesgo.

Además, casi dos tercios de los pacientes hospitalizados por #violencia en estos barrios eran de raza negra.

Para entender cómo estas políticas aún afectan a las comunidades, los investigadores explican que los vecindarios redlined generalmente enfrentan menor acceso a recursos de salud mental, peores condiciones de aire y agua, y temperaturas más elevadas debido a la presencia de islas de calor urbano.

Además, las familias en estas áreas suelen experimentar inseguridad alimentaria, inestabilidad en la vivienda y relaciones comunitarias débiles.

Y eventualmente se desborda en forma de violencia»

El investigador Samuel J. West afirma que estos factores actúan como un vaso de agua que se va llenando con cada nuevo estressor social o ambiental. «Cada vez que se suma un problema más, el nivel de agua en ese vaso crece, y eventualmente se desborda en forma de violencia», explica. Supuestamente, estos efectos no solo son consecuencia de la desigualdad económica, sino que también reflejan la herencia de decisiones políticas que, en muchos casos, han perpetuado la segregación y la discriminación.

Históricamente, Richmond fue un centro clave en la esclavitud, sirviendo como capital de la Confederación durante la Guerra Civil y siendo un punto neurálgico en la implementación de políticas racistas, como el redlining.

Estas prácticas han dejado cicatrices profundas que, según los expertos, todavía marcan la estructura social y urbana de la ciudad.

La persistencia de estos patrones de violencia y desigualdad en áreas previamente segregadas revela la necesidad de una reflexión profunda sobre cómo las políticas públicas pasadas continúan moldeando la realidad presente.

Los investigadores sugieren que, aunque las leyes de redlining se abolieron en 1968 con la Ley de Vivienda Justa, sus efectos todavía se sienten. La desigualdad en el acceso a recursos y oportunidades crea un ciclo difícil de romper, que requiere políticas activas y compromiso social para revertir.

En un contexto más amplio, supuestamente estas dinámicas no solo afectan a Richmond, sino que representan un patrón en muchas ciudades estadounidenses y en otros países donde las políticas racistas han segregado a las comunidades.