El homicidio de Andrés Bracamonte, conocido como Pillín, reaviva tensiones en Rosario Central y plantea preguntas sobre el trasfondo de su muerte.

El pasado sábado, Andrés Bracamonte, conocido en el mundo del fútbol como Pillín, fue asesinado en Rosario, un hecho que ha conmocionado no solo a la ciudad, sino también al ámbito político.

Pillín, líder de Los Guerreros, la barra brava de Rosario Central, había acumulado una larga lista de heridas de bala en su cuerpo, que él mismo solía contar como trofeos de guerra.

Sin embargo, la noche del episodio, no solo perdió la cuenta de esos disparos, sino también su vida.

El asesinato de Bracamonte, junto con el de su mano derecha, Daniel La Rana Attardo, ha llevado a que la justicia de Santa Fe inicie investigaciones urgentes.

Las autoridades se encuentran indagando el posible trasfondo del ataque, que podría estar relacionado con un ajuste de cuentas, una lucha interna por el poder dentro de la barra, o incluso la vinculación con el narcotráfico.

Este acontecimiento ha llevado a un intercambio de información entre el gobernador de la provincia, Maximiliano Pullaro, y el presidente de Rosario Central, Gonzalo Belloso, destacando la profundidad del impacto que este hecho tiene en la sociedad santafesina.

En el club, los dirigentes observan con inquietud la situación, especialmente porque, aunque Pillín no tenía vínculos oficiales con la directiva, era considerado una figura influyente en la hinchada.

“No queremos que nos pase lo mismo que a Newell’s”, manifestó un dirigente en diálogo con Clarín.

Los Guerreros, bajo el liderazgo de Bracamonte, contaban con un ejército de entre 600 y 700 hinchas que llenaban la grada del Estadio Gigante de Arroyito.

Pillín había estado al frente de la barra durante 25 años y su respeto en la comunidad no era solo por su capacidad de convocatoria en los partidos, sino también por sus posibles conexiones con el crimen organizado.

La prensa local ha resumido el sentir en Rosario, con la frase: “Se acabó la paz”.

La violencia en la ciudad no es un fenómeno nuevo.

Pillín, hace apenas dos semanas, había declarado que “en Rosario todos se creen Pablo Escobar, pero están presos o muertos”, una afirmación que evidenciaba la inquietante realidad del crimen en la región.

En su historial, se destacaban diversas acusaciones, desde violencia de género hasta múltiples incidentes con la ley, que culminaron en una condena de más de dos años de prisión.

Pillín había estado involucrado en negociaciones turbias relacionadas con extorsiones y negocios ilícitos, y su vinculación con bandas narcos era objeto de estudio por parte de las autoridades.

La pregunta persiste: ¿era realmente Pillín un testaferro en una red más amplia de narcotráfico?

En abril de 2020, la policía llevó a cabo un allanamiento en su residencia de lujo, donde encontraron más de 2,5 millones de pesos, tres autos de alta gama y otros bienes de valor.

Su abogado sostiene que esos activos eran parte de un negocio legítimo.

Sin embargo, la serie de eventos violentos alrededor de su figura y su muerte, solo reflejan la creciente tensión en el panorama de la seguridad en Rosario.

La historia de Pillín es la de un hombre que, a pesar de vivir al margen de la ley, también se coló en la historia del fútbol argentino, dejando un legado de controversia y tensión en el ambiente de las barras bravas.