Una mirada al fútbol clandestino en los barrios del Gran Buenos Aires, donde jugadores amateurs y profesionales participan en desafíos, apuestas y negocios que generan millones de pesos, revelando una realidad oculta y arraigada en la cultura popular.

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Este mundo menos visible, alimentado por jugadores amateurs y algunos profesionales, revela la dimensión sociocultural y económica que el deporte posee en los sectores populares.

El caso de Nahuel 'Perrito' Barrios, ex jugador de San Lorenzo, herido de bala y detenido tras una aparente discusión en un picado en Dock Sud, es solo la punta del iceberg de una realidad que pocos conocen en profundidad.

En estos encuentros, que a menudo se juegan en canchas improvisadas o en terrenos de tierra en barrios como Dock Sud, Lugano, Fiorito, Don Torcuato o Villa Tesei, el fútbol funciona como una especie de economía paralelo, donde circulan billetes de baja denominación y armas, si la situación se complica.

Estos partidos, en su máxima expresión, se parecen a una versión salvaje y desorganizada del deporte, pero con un enorme trasfondo organizacional.

Las apuestas y los torneos relámpago que empiezan una noche y terminan al amanecer, así como las competencias de penales en las que muchos sueñan convertirse en héroes, representan prácticas que han existido desde hace décadas, en un contexto donde la #economía informal y las apuestas por dinero son moneda corriente.

Uno de los ejemplos más representativos de esta escena es La Sub 21, un colectivo que nació en Ingeniero Budge, en Lomas de Zamora, y que con el tiempo se convirtió en un referente en los desafíos de barrios del #conurbano y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Este equipo no está organizado como un club formal, sino que funciona más como una agrupación popular similar a los Harlem Globetrotters del fútbol barrial.

Sus integrantes, que a menudo son futbolistas jóvenes y experimentados, participan en partidos donde se apuesta una cierta suma por el resultado, y la ganancia se redistribuye de manera igualitaria entre los jugadores.

Según un informe del periodista Luciano Bottesi en 2022, en un día promedio, cada jugador de La Sub 21 se llevaba aproximadamente 7.000 pesos argentinos, unos 30 euros al cambio actual. En noches triunfantes, la recaudación podía triplicarse gracias a las apuestas, la taquilla y la venta de bebidas en los partidos. Los encuentros se disputan varias veces por semana, y los futbolistas, en su mayoría independientes, se mueven con la esperanza de mejorar su economía personal o simplemente de mantener viva su pasión por el fútbol.

También existe la leyenda de que La Sub 21 logró vencer en un partido a futbolistas de la Selección Argentina en una cancha de Villa Caraza, Lanús, durante un amistoso no oficial.

Refleja la influencia que este fútbol de #potrero tiene en las historias de todos los días

Se dice que uno de esos jugadores, tiempo después, levantó la copa del Mundial en Qatar, en un relato que, si bien tiene tintes de mito, refleja la influencia que este fútbol de potrero tiene en las historias de todos los días.

Recientemente, volvió a la palestra la figura de Lautaro Torres, un futbolista del Ascenso que, en busca de mejorar su situación económica, participó en el torneo Copa Potrero organizado por Sergio Kun Agüero.

Allí, en un desafío por dinero que incluía apuestas y enfrentamientos contra estos equipos de barrio, Torres y su compañero Iván Ortigoza jugaron en un gimnasio de Beccar y luego fueron sancionados por sus clubes tras la exposición mediática y el escándalo que generó.

La tentación del dinero fácil y la cultura del 'fútbol de la calle' sigue siendo un fenómeno que pocos pueden ignorar.

Estos ejemplos ilustran cómo, en los márgenes del fútbol profesional y amateur oficial, existe un mundo que se rige por sus propias reglas, donde la pasión se mezcla con la economía informal, y donde muchos ven en estas copas y desafíos nocturnos una oportunidad de ganancia y reconocimiento.

La realidad es que el fútbol en los barrios del conurbano no solo representa una expresión cultural, sino también una fuerte fuente de ingresos y un reflejo de las desigualdades sociales que atraviesan Argentina.