El Papa Francisco, conocido por su labor espiritual, también tiene una profunda pasión por el fútbol que remonta a su infancia en Buenos Aires. Desde sus inicios en el barrio de Flores hasta su triunfo en la Copa Libertadores con San Lorenzo, su historia futbolística revela un lado humano y cercano que ha trascendido en su pontificado.
Rememorar la infancia en Argentina suele estar ligado a escenas en las que niños corretean tras una pelota, incluso si ésta es de trapo o de madera. Para el Papa Francisco, nacido como Jorge Bergoglio en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936, esa imagen de la niñez jugando en las calles del barrio de Flores fue fundamental en su vida.
Desde pequeño, mostró un amor genuino por el fútbol, aunque no destacaba por su talento en el campo.
En Argentina, la pasión por el fútbol es casi una parte de la identidad nacional, y para Bergoglio, jugar en la calle con amigos era una forma de compartir y soñar.
Aunque su destreza con el balón no era sobresaliente, siempre se sintió feliz en el potrero, donde a menudo hacía de portero. En su autobiografía 'Esperanza' (2025), el pontífice recordó que, a pesar de ser un 'pata dura', la alegría de jugar era mayor que cualquier otra cosa.
Su amor por el deporte fue en aumento, especialmente por su equipo de toda la vida: San Lorenzo de Almagro. Fundado en 1908 por un cura llamado Lorenzo Massa, este club ocupa un lugar especial en su corazón. Bergoglio visitaba con frecuencia el Viejo Gasómetro, el histórico estadio del club, donde podía ver en vivo a sus ídolos y sentir esa misma emoción que lo acompañó durante toda su infancia.
El San Lorenzo no solo fue un equipo de fútbol, sino una parte fundamental de su historia y su identidad. En 1946, con apenas 9 años, Bergoglio vio al equipo ganar un campeonato en Argentina, un logro que quedó grabado en su memoria. Recordaba con detalle a jugadores como Rinaldo Martino, René Pontoni y Armando Farro, quienes formaban un equipo legendario. La delantera del 'Ciclón', liderada por Pontoni, fue su favorita, y en su memoria permanecen nombres como Blazina, Vanzini y Zubieta, que conformaron aquel equipo que conquistó el corazón de miles.
Años más tarde, en 2014, Bergoglio pudo celebrar uno de los momentos más felices de su vida futbolística: la victoria de San Lorenzo en la Copa Libertadores, el máximo trofeo continental en América.
La delegación del club llevó el trofeo hasta el Vaticano, donde el Papa lo contempló con entusiasmo, y el portero Sebastián Torrico le entregó sus guantes, un gesto que emocionó profundamente al pontífice.
Según testimonios, el Papa, aunque no podía ver todos los partidos por la diferencia horaria, se levantaba temprano para seguir los resultados y estar al tanto del desempeño de su equipo.
Pero su pasión por el fútbol no se limitó a su amado San Lorenzo. Como buen argentino, también fue un ferviente seguidor de la selección nacional, la Albiceleste, que conquistó tres Mundiales en su historia: Argentina 1978, México 1986 y Catar 2022.
En varias entrevistas, Francisco confesó que su recuerdo más feliz fue la victoria en México 86, liderada por Diego Maradona, y que siempre buscó entender qué fue la famosa 'mano de Dios' en aquel polémico gol contra Inglaterra.
Su relación con el deporte fue más allá del simple entretenimiento. Bergoglio siempre defendió el fútbol como una vía para promover valores como la solidaridad, el respeto y la superación personal. En 2017, incluso grabó un mensaje para el Super Bowl de la NFL en Houston, donde expresó su deseo de que el deporte sea un ejemplo de paz y amistad mundial.
Para él, el deporte representa una oportunidad de crecer en la fidelidad y en el respeto a las reglas, enseñanzas que ha tratado de transmitir en su pontificado.
En definitiva, el Papa Francisco ha sabido mantener vivo su espíritu infantil y su pasión futbolera, recordando siempre sus raíces argentinas. Esa historia de un niño de barrio que, pese a no ser un gran jugador, encontró en el fútbol una forma de soñar y conectar con su comunidad, ha sido un elemento fundamental en su vida y en su misión como líder espiritual.
La pasión por San Lorenzo y su amor por el deporte reflejan su humanidad y su capacidad de acercarse a las personas desde sus propias experiencias, haciendo del fútbol un símbolo de unión y esperanza en su mensaje pastoral.