El sorteo del Mundial 2026 organizado por FIFA en Washington ha generado cuestionamientos por su teatralidad y las polémicas que rodean a la organización, además de reflejar preocupaciones sobre derechos humanos y política en el deporte.

El pasado viernes, millones de personas en todo el mundo fueron testigos de un evento que derrochó teatralidad y controversia: el sorteo del Mundial 2026 organizado por FIFA en el Centro John F.

Kennedy en Washington, D.C. La ceremonia estuvo marcada por momentos desconcertantes y decisiones cuestionables que han puesto en entredicho la neutralidad y la imagen de una de las federaciones más poderosas del deporte.

Desde la actuación de los integrantes de los Village People interpretando la famosa canción YMCA de forma bastante desentonada hasta la aparición de Donald Trump en el escenario, quien levantó los puños en un gesto que parecía intento de baile, el evento se convirtió en un espectáculo que dista mucho de la solemnidad y la seriedad que debería caracterizar a una Coupe del Mundo.

Pero lo más criticable fue la dinámica del espectáculo, donde FIFA entregó su primer “Premio de Paz” a Trump, en un proceso liderado por figuras con antecedentes cuestionables, incluyendo a un oficial cercano a la junta militar de Myanmar y un responsable del comité de responsabilidad social de FIFA, cuyo historial en derechos humanos ha sido muy discutible.

La elección motivó acusaciones de que FIFA rompió con su política de neutralidad, lo que acrecienta las dudas sobre la seriedad de la organización.

El evento contó además con la presencia de líderes políticos como el Primer Ministro de Canadá, Mark Carney, y la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, quienes facilitaron el respaldo internacional, pero el escenario parecía más una producción teatral que una ceremonia deportiva normal.

Los asistentes, en su mayoría, parecían más actores en una puesta en escena que protagonistas de un evento deportivo global.

En cuanto a la competición en sí, Canadá fue asignada al Grupo B, junto a Qatar, Suiza y un equipo todavía por determinar. La selección y distribución de los equipos en los diferentes grupos fue un proceso cargado de artificios y representaciones que, aunque esperadas, no dejan de generar críticas sobre la transparencia del sorteo.

El Mundial 2026 será el primero que Canadá albergará en su historia, después de haber organizado la Copa del Mundo femenina en 2015. La expectativa en el país es grande, ya que será la primera vez que tres naciones—Canadá, Estados Unidos y México—compartirán la organización de una edición del torneo, marcando un hecho histórico.

A nivel mundial, el fútbol sigue siendo un deporte que une y emociona a millones. La FIFA, sin embargo, enfrentada a diversas críticas, continúa en una senda polémica, rodeada de acusaciones de corrupción y abusos de derechos humanos en los países anfitriones.

En muchos países, especialmente en Estados Unidos y Canadá, la pasión por el fútbol ha ido en aumento, aunque todavía existe un largo camino para que el deporte sea accesible para todos, independientemente de su origen social o nivel económico.

La competencia, además de ser un espectáculo, también refleja muchas de las tensiones y desafíos sociales actuales.

Organizaciones de derechos humanos han levantado la voz respecto a las condiciones de trabajo y los derechos de los inmigrantes y trabajadores en las sedes del Mundial, advirtiendo que la celebración debería ir acompañada de compromiso y responsabilidad social.

La preocupación se centra en que la política y los intereses económicos se vuelven más relevantes que el espíritu deportivo y la diversidad cultural.

En definitiva, el sorteo y la organización del Mundial 2026 nos dejan reflexiones sobre la relación entre deporte, política y derechos humanos. Mientras FIFA intenta proyectar una imagen de unidad y paz, la realidad en la que se desenvolvió el evento exhibe contradicciones y desafíos que deben ser enfrentados si realmente se quiere que el fútbol sea un deporte que une y no divide.

Este evento global representa tanto una oportunidad para disfrutar del mejor fútbol como un recordatorio de la necesidad de exigir transparencia, justicia y respeto por los derechos de todos los involucrados.

Solo así el deporte rey podrá cumplir con su verdadero propósito: unir corazones más allá de las diferencias y promover valores universales.