Análisis sobre la fiabilidad de las emisiones reportadas por grandes empresas y sus implicaciones para inversores y reguladores, con conversiones a euros.

Un nuevo estudio de Harvard Business School analiza qué ocurre cuando las empresas comunican sus emisiones de gases de efecto invernadero. El hallazgo central es que las cifras no son fijas: a lo largo de una década, el 74% de las firmas del S&P 500 revisó al menos una vez sus emisiones reportadas.

Supuestamente, estas revisiones podrían deberse a mejoras técnicas en la contabilidad; presuntamente también podrían estar impulsadas por incentivos para que las cifras encajen con metas de sostenibilidad o con bonos ligados al rendimiento ambiental.

El informe detalla que las revisiones no son simples ajustes menores: se contabilizan 135 millones de toneladas de emisiones que habían quedado subregistradas.

A modo de referencia, esa cantidad equivale aproximadamente a las emisiones anuales de varias naciones de tamaño medio. Este nivel de variabilidad genera una “crisis de información” para los mercados: los inversores y analistas que esperan datos confiables para asignar capital pueden estar tomando decisiones con cifras que cambian con el tiempo.

Entre los hallazgos relevantes está la relación entre las metas de emisiones y la remuneración ejecutiva. Aunque la revisión no demuestra manipulación intencionada, la evidencia sugiere una correlación: cuando los directivos reciben incentivos ligados a metas de sostenibilidad, las probabilidades de revisar descensos de emisiones aumentan; y ese fenómeno parece concentrarse en compañías con gobiernos corporativos menos sólidos.

En el plano de financiación y mercados, la preocupación es doble. Por un lado, el 89% de los inversores ya integra criterios ambientales, sociales y de gobernanza en sus decisiones; por otro, la magnitud de las revisiones podría distorsionar el precio del riesgo climático en préstamos y carteras.

A nivel global, las inversiones ESG podrían sumar alrededor de €31,2 billones para 2026, casi el doble de los €16,9 billones que se registraban en 2021, una señal de cuánto está en juego la confianza en estas métricas.

El panorama regulatorio añade otro ángulo de complejidad. En Estados Unidos, no existe actualmente una norma federal obligatoria de divulgación de emisiones; las reglas federales han cambiado con diferentes administraciones y, a día de hoy, muchas obligaciones recaen en estándares estatales como California.

Supuestamente, eso genera un marco inconcluso que dificulta la verificación y la rendición de cuentas. En ese vacío, los reguladores y los actores del mercado deben decidir si avanzar hacia un régimen de informes obligatorios y formatos estandarizados.

Históricamente, la narrativa climática ha transitado entre avances regulados y retrocesos políticos. En la era previa a estos cambios, se defendieron reglas de divulgación climática; con la retirada o modificación de esas reglas, emergió un vacío que se ha traducido en incertidumbre para evaluadores, prestamistas y la ciudadanía.

A ello se suman las críticas sobre la verificación independiente y los acuerdos de terceros que, en varios casos, no han logrado mejorar la precisión de las cifras.

En este contexto, algunos analistas advierten que la falta de consistencia podría amplificar el riesgo de inversión y, a la vez, erosionar la confianza pública en las promesas corporativas.

Supuestamente, si la contabilidad de emisiones no se estandariza y se fiscaliza con dientes, la sociedad podría estar pagando un costo reputacional y económico mayor del esperado.

Presuntamente, los próximos años exigirán herramientas de medición más rigurosas, auditorías independientes y una rendición de cuentas que permita a inversores, reguladores y consumidores evaluar si las empresas están traduciendo sus compromisos en reducciones verificables.

En síntesis, el informe de Harvard y sus autores recomienda avanzar hacia un sistema de reporte obligatorio y estandarizado. Mientras tanto, en ausencia de una base de datos climáticos confiable, los actores del mercado deberían incorporar márgenes de error mayores y ser cautelosos al interpretar las cifras de emisiones reportadas, con un enfoque en la calidad de la información y la gobernanza de los datos.

Lauren Cohen, Ethan Rouen y Kunal Sachdeva contextualizan el tema entre la academia y el mundo empresarial, aportando una mirada crítica sobre la necesidad de un cambio estructural en la forma en que entendemos y utilizamos las métricas climáticas.