Análisis sobre el impacto disruptivo de Lionel Messi en la MLS y el paralelismo con la influencia histórica de Michael Jordan en la globalización del deporte y la forma de venderlo.

Allá por 1998, cuando Michael Jordan anunció su segundo retiro del baloncesto, el mundo coincidió en que la NBA no solo perdía a su mejor jugador de todos los tiempos, sino también a su principal motor económico.

Su Majestad del Aire, que ya había dejado las canchas en 1993 para intentar suerte en el béisbol, se convirtió en el símbolo de una era en la que un deporte lograba penetrar en los mercados más remotos y convertir a su competición en un producto de consumo global.

Ese fenómeno de globalización y de venta de una marca deportiva comenzó a reconfigurarse con la llegada de otra leyenda: Lionel Messi, cuyo desembarco en la MLS en 2023 cambió las reglas del juego para el fútbol en Estados Unidos.

No se trató solo de un jugador, sino de un cambio de paradigma en la percepción de la liga, de sus partidos y de su capacidad para atraer audiencias y patrocinadores a escala planetaria.

La historia del fútbol en Estados Unidos, sin embargo, no nació de la nada con Messi. En los años setenta y ochenta, Pelé dejó tras de sí un efecto derrame que transformó la NASL y convirtió parcialmente al fútbol en un espectáculo de primer plano.

Aunque la liga enfrentó crisis estructurales y terminó desapareciendo, aquella primera ola dejó aprendizajes sobre la necesidad de un modelo económico sólido y de un marco televisivo estable.

En contraste, la MLS, con Messi ya en su alineación, mostró una base distinta: contratos de transmisión global y una estructura de franquicias sostenida por inversiones y acuerdos que permiten un crecimiento más allá de las tribunas.

Desde la llegada del argentino a Inter Miami en julio de 2023, la MLS ha registrado registros históricos de crecimiento. No solo en audiencia: cada partido se convirtió en un evento con un alcance mediático mayor, sino también en valor de franquicia y en ingresos. El club de Miami ha visto cómo su identidad se fortalece y su estadio se transforma para acoger un fenómeno de alcance urbano y global. En lo económico, se ha revelado una realidad que contrasta con épocas anteriores: la MLS está logrando acuerdos de transmisión que lo sitúan entre las ligas deportivas más dinámicas del planeta, con un acuerdo de Apple valorado en 2,3 mil millones de euros por diez años para la transmisión global.

Este acuerdo no solo garantiza un flujo de ingresos estable, sino que sitúa a la MLS en un mapa de competidores con ecosistemas de contenido y distribución muy bien articulados.

Pero el impacto no se limita a una cifra de contrato. El efecto Messi se mide también en la valoración de las franquicias y en la capacidad de atraer inversiones. Inter Miami pasó de valer unos 552 millones de euros a más de 1.104 millones de euros, reflejo de un incremento claro en la percepción de valor de mercado, en ingresos por derechos y en el atractivo comercial de la entidad.

En términos de salario, el contrato anual de Messi, de aproximadamente 18,4 millones de euros, se sitúa como un símbolo de una nueva era en la que los grandes nombres pueden justificar inversiones de alto calibre en ligas globales fuera de su país de origen.

Este nivel de remuneración se traduce en un efecto catalizador para patrocinios, ventas de mercancía y acuerdos de patrocinio que elevan, de forma sostenida, los ingresos de la liga y de sus clubes.

La expansión de la MLS también se ha visto reflejada en la infraestructura. Como parte de este proceso, Inter Miami planea la construcción del Miami Freedom Park, un estadio definitivo con capacidad para 25.000 espectadores, que buscará convertir al club en un hito urbano y en un polo de atracción para eventos y turismo deportivo. Este salto estructural completa una etapa de consolidación: estadio moderno, acuerdos globales de distribución y una base de aficionados que ya se extiende más allá de las fronteras de Florida.

En ese sentido, la historia de Messi y la de Jordan comparten un mensaje común: la expansión de un deporte no depende únicamente de la calidad de la competición, sino de la capacidad de venderla, de comunicarla y de integrarla en el tejido económico y cultural de múltiples mercados.

Más allá de las cifras y los estadios, lo que deja este tramo histórico es la evidencia de que el fútbol estadounidense ha dejado de ser un deporte marginal para convertirse en una plataforma de negocio y cultura global, al menos, gracias a la combinación de talento de alto perfil y de estrategias de negocio que conectan a equipos, ligas y aficionados de manera más eficiente que en el pasado.

Messi, al igual que Jordan, se ha erigido como un vendedor de un producto que continúa creciendo, y su presencia en la MLS ha acelerado un proceso que ya no tiene vuelta atrás: el fútbol en Estados Unidos es, en buena medida, una historia de marcas, contratos y audiencias que se cuentan en euros tanto como en dólares.