La clasificación de Cabo Verde para el próximo Mundial en Estados Unidos, México y Canadá ha generado una gran celebración que trasciende el deporte y fortalece su identidad nacional, en un país con raíces coloniales portuguesas y una diáspora significativa en todo el mundo.
En las calles de São Vicente, una de las diez islas que conforman el archipiélago africano de Cabo Verde, situada a unos 500 kilómetros de la costa de Senegal, es posible encontrar taxis conducidos por choferes que han nombrado a sus hijos Enzo, en honor a Enzo Fernández, o a otros mediante figuras emblemáticas del fútbol mundial como Diego Maradona.
Esta particular historia revela una profunda relación entre la cultura futbolística y la identidad local de un país que, aunque pequeño en tamaño, tiene una historia y un espíritu que inspiran.
Cabo Verde, conocido por su singular mezcla de culturas africanas y europeas, y famoso por su música y su folklore, también ha visto en el fútbol un vehículo para fortalecer su identidad nacional y aumentar su presencia en el escenario internacional.
La reciente clasificación para el Mundial de 2026, que se celebrará en Estados Unidos, México y Canadá, representa un logro que va más allá de los goles y las victorias deportivas; simboliza la unión de un pueblo y el reconocimiento de sus raíces y diaspora.
La historia futbolística de Cabo Verde está marcada por un proceso de integración y rediscovering de sus raíces. La selección, apodada 'Los Tiburones Azules', logró su pase con un contundente triunfo de 3 a 0 contra Esuatini, en una campaña que dejó huella en toda la nación.
Para entender la magnitud de este logro, hay que considerar que Cabo Verde fue colonia portuguesa hasta 1975, y que su población en la diáspora es considerable, estimándose en alrededor de un millón de personas viviendo en países como Portugal, Estados Unidos y Portugal.
El talento futbolístico emergente en Cabo Verde ha sido apoyado por una estrategia que combina la identificación con su historia y la apertura a futbolistas de origen caboverdeano nacidos en otros países.
Ejemplo de ello son jugadores como Dailon Livramento, nacido en Rotterdam, o Roberto Lopes, originario de Irlanda, quienes eligieron vestir la camiseta de su país de ascendencia en lugar de sus naciones nacimiento.
Esta política ha puesto en evidencia cómo el fútbol puede ser un vehículo de integración y orgullo nacional.
A nivel cultural, el impacto del fútbol en Cabo Verde es comparable a la influencia de Cesária Évora, la famosa diva de los pies descalzos que llevó la música caboverdeana al mundo.
La canción Sodade, símbolo de la nostalgia profunda y del arraigo en la tierra natal, se convirtió en un himno que expresa el sentimiento de pertenencia y saudade, sentimientos que también se reflejan en la pasión por el deporte.
En los países con mayor presencia de la diáspora caboverdeana, como Argentina, Portugal y Estados Unidos, la clasificación mundialista ha sido motivo de celebración.
Se calcula que en Argentina hay entre 25 y 30 mil descendientes de caboverdeanos, especialmente en zonas como Dock Sud y Ensenada, donde las comunidades manifestaron su entusiasmo en eventos multitudinarios.
La interacción entre generaciones y culturas se fortaleció aún más, uniendo a productores musicales, historiadores y emigrantes en un solo festejo.
El ejemplo de Cabo Verde desafía los mitos sobre el tamaño y la potencia futbolística. A través de la historia, los pequeños países han demostrado que con estrategia, pasión y unidad puede lograrse un lugar en el escenario mundial. La clasificación de la selección caboverdeana no solo es un logro deportivo, sino también un símbolo de reconocimiento y orgullo para un pueblo que ha sabido enfrentar su historia colonial y sus diásporas para construir una identidad sólida y vibrante.
Con una población de aproximadamente 525.000 habitantes en las islas y cerca de un millón en el extranjero, Cabo Verde continúa sorprendiendo y afirmándose en la escena internacional. La participación en el Mundial de 2026 será, sin duda, un momento histórico que reafirmará su espíritu y su cultura, demostrando que en el mundo del fútbol, tamaño no siempre es sinónimo de limitación, y que las historias de resiliencia y orgullo nunca dejan de inspirar.