Una revisión del torneo de 1938, que marcó el mayor promedio de goles en la historia del fútbol profesional argentino, analizando sus protagonistas, estilos de juego y contexto histórico.

En el fútbol argentino, ciertos torneos quedan grabados en la memoria no solo por sus resultados, sino por las particularidades que los caracterizan. Uno de los más destacados en la historia del fútbol profesional argentino fue el campeonato de 1938, que estableció un récord de promedio de goles por partido, alcanzando una cifra excepcional de 4,90 goles en promedio.

Este récord, que aún perdura, fue producto de una época en la que el estilo de juego y las reglamentaciones favorecían la ofensiva y los goles espectaculares.

En aquel torneo participaron 17 equipos, en una estructura similar a la actual pero con ciertas diferencias: se disputaban 8 partidos por fecha y uno de los equipos quedaba libre.

La intensidad de ataque fue tal que, en la cuarta fecha, la producción goleadora alcanzó cifras record, con 56 goles en 8 partidos, un promedio de 7 goles por encuentro, una marca que solo se ha igualado en otras ocasiones en la historia del fútbol argentino.

Durante esa temporada, la estrategia defensiva aún se encontraba en plena evolución. La modificación en la ley del fuera de juego en 1925, que bajó la línea a dos rivales y no tres, cambió las dinámicas del juego y permitió estilos más ofensivos.

Para 1938, la mayoría de los equipos utilizaban formaciones con marcadores de punta y medio defensores que apoyaban las ofensivas, en un esquema que favorecía la apertura de espacios y la generación de oportunidades de gol.

En ese contexto, los delanteros tenían un protagonismo casi exclusivo, siendo muy valorados los goleadores de punta. Figuras como Arsenio Erico, Vicente de la Mata y Antonio Sastre eran verdaderos ídolos de la afición, y sus cifras goleadoras reflejaban la importancia de la delantera en aquel tiempo.

Por ejemplo, Erico, que ya había sido máximo goleador en temporadas anteriores, sumaba detalles de su potencia y precisión que lo convertían en un referente, además de que su club, Independiente, fue campeón con un récord de 115 goles en la temporada.

El 8 de mayo de 1938, en la cuarta fecha, se vivieron partidos memorables. Uno de los más destacados fue la goleada de Independiente sobre Almagro por 9 a 0, con cinco goles de Vilariño y dos de Erico. Además, River Plate venció 8 a 1 a Estudiantes con cuatro goles de Moreno y dos de Ferreyra, mientras Boca Juniors aplastó a Talleres de Escalada por 7 a 1 con destacados goles de Benítez Cáceres y Angeletti.

Vélez también se lució con una victoria 7 a 2 sobre Huracán, marcando varios de sus goles en un campo complicado y fangoso, donde el juego ofensivo prevaleció.

Esta gran cantidad de goles se reflejaba en partidos con condiciones climáticas variadas. La lluvia y el viento, en ocasiones, dificultaban la precisión, pero no impedían la producción de goles; al contrario, en muchos casos, los partidos se convertían en auténticos festines ofensivos.

La revista El Gráfico, en esos días, describía la jornada como una de las más emocionantes del calendario, resaltando la cantidad de goles y la dificultad del terreno, que no frenaba a los atacantes.

A lo largo del campeonato, ese ritmo siguió, culminando en otra fecha con 56 goles en 8 partidos, dejando en evidencia un estilo de juego muy ofensivo y con poca preocupação por las figuras defensivas, que apenas empezaban a modernizarse.

La tendencia de aquel tiempo fue dejar a los delanteros en libertad para atacar, mientras que los defensores complementaban en esquemas menos rígidos comparados con la actualidad.

El fútbol de entonces destacaba por su carácter más abierto y libre, en el que los goles eran moneda de cambio y las jornadas memorables quedaban en la historia.

Hoy, ese récord de 4,90 goles de promedio en 1938 representa un hito, símbolo de otra época en la que el fútbol argentino vivía sus días más feroces de ataque, y que se mantiene como una referencia en la historia de nuestro balompié.